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Ya sabemos que el corazón es nada más (y nada menos) que un órgano muscular que forma parte del sistema circulatorio, y que se encarga con sus movimientos de hacerlo funcionar, lo que es lo mismo que hacernos vivir. Él funciona por sí mismo, le da igual como seamos, por más que después de siglos de pensamiento y sentimiento, la humanidad ha terminado creyendo que es también el centro del sentimiento, o mejor dicho, de los buenos sentimientos.
Sentado este principio conocido por todos, podemos concluir lógicamente que Carlos Mazón, y todos los que lo sostienen, y se sostienen de él, tienen orgánicamente un corazón y por eso siguen viviendo, o siguen vivos que no es lo mismo. Otra cosa es dilucidar en qué lugar reside la conciencia, si es verdad que tal cosa existe. O si entendemos el corazón en el ser humano como algo más, como la capacidad de latir al mismo ritmo que el de sus semejantes, la de ralentizarse con la felicidad del prójimo y la de acelerarse cuando al otro se le acumulan las penas o la zozobra se le precipita como escombros sobre su cabeza. Díganme ustedes si el aún incomprensiblemente orgulloso presidente de la Generalitat valenciana, si cada uno de los integrantes del partido que le mantiene en el poder, tiene el corazón latente al ritmo de sus ciudadanos gobernados.
Se cumple un año de la gran tragedia, del gran desastre de muerte y sufrimiento, y la imagen que presenta Mazón, la que va a dejar, es la del político que llega al centro donde se decidía todo, con ojos vidriosos y a una hora en la que ya estaba muriendo gente por decenas de manera que no tenía por qué ser irremediable, después de cuatro horas de comida y algunas más de no se sabe qué. Y la del hombre que, a pesar de todo esto, no es capaz de asumir su propia responsabilidad. No será porque a estas alturas no haya salido nadie a decirle al rey que va desnudo. Lo que pasa es que en esta ocasión el rey va también ciego y sordo.
Lo aterrador es la certeza de que esto seguirá siendo así. Lo terrible es que ha sido siempre así, que siempre ha habido políticos, sostenidos por otros políticos (léase en este caso Feijoo) que han tenido una sola mira, que por supuesto tienen corazón orgánico pero carecen del solidario que late al ritmo de sus administrados. Lo decepcionante es la seguridad de que pocas veces en la historia ha ocurrido este milagro definido con una sola palabra: concordia, corazones latentes al mismo ritmo. Lo descorazonador es observar los electrocardiogramas de algunos dirigentes, tranquilos mientras los de sus ciudadanos rompen sus altibajos o, sencillamente, se quedan planos.
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