EL ZOCO

Juan López Cohard

Una historia real

ESCUCHÉ hace unos días al gran reportero Ramón Lobo decir que detrás de toda historia contada en un reportaje tiene que estar la gente. Nada más importante, habida cuenta de que detrás de cada una de las personas que conforman eso que denominamos gente hay una historia. También debiéramos de tenerlo en cuenta los que hacemos opinión. La mayor parte de las veces, escribir una columna, o lo que es lo mismo, escribir un folio haciendo unos comentarios sobre las cosas que suceden a nuestro alrededor, tan sólo requiere abrir las páginas de los diarios, elegir la noticia más destacada o, si se prefiere, una de las tantas declaraciones con que nos deleitan muchos cretinos metidos a políticos, sacarle algo de chispa y ¡he ahí!, columna hecha y a cierre. Sea, por ejemplo, las últimas cifras del paro. Comentarlas daría para hacer varias columnas como ésta. Pero, siguiendo las recomendaciones de Ramón Lobo, no lo voy a hacer. Les voy a comentar una historia real. Una historia de gente, de gente que ni siquiera está en el paro, que tienen trabajo…

Hace un tiempo vieron como muchos de sus compañeros fueron despedidos, la empresa comenzó a reducir personal, pero el trabajo continuaba siendo el mismo. Un cierto día, el presidente de la gran compañía en la que trabajaban, una multinacional de las mayores europeas de su ramo, salió en un telediario. Anunciaba a bombo y platillo que la empresa había obtenido, en el último año, uno de los mayores beneficios de su historia. Quedaron perplejos. Cómo era posible que se redujese plantilla, si se estaban obteniendo grandes beneficios. Esa era una de las claves de la política empresarial: reducir costes laborales para seguir incrementando el saldo positivo de su cuenta de resultados. Era crucial para sostener el valor de sus acciones y repartir pingües dividendos. Había que tener contentos a los accionistas, al fin y al cabo era la forma de mantener los puestos de trabajo de los grandes ejecutivos.

Pasaba el tiempo y, bajo la oscura sombra de la crisis, planeaba sobre estos empleados la sombra de nuevos recortes de personal. Se hacían quinielas entre ellos sobre a quién le iba a tocar esta vez. Sabían que la empresa no haría despidos masivos, eso supondría tener que recurrir a un expediente de regulación de empleo y el buen nombre de la compañía no podía permitírselo. Los despidos serían selectivos, contados e injustos. Conforme pasaban los meses se incrementaba la angustia. Demandaban ansiosamente que se les despejara la incógnita, acabar con la situación de intranquilidad, pero el mutismo por parte de los responsables de la empresa era total. Esperaban acongojados día a día que les pusieran la carta de despido en las manos, pero no sabían a quienes ni cuándo sucedería. Cada uno de ellos tiene una historia detrás. Hijos, hipotecas, necesidades que sólo pueden atender con el justo salario de su trabajo. Desde hace un par de años sólo los grandes ejecutivos y los accionistas de esa multinacional española duermen plácidamente.

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