Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
EL problema, si es que lo es, que se le podría plantear a alguna conciencia pusilánime es qué cosa sea homofobia, un neologismo vago que se presta a interpretaciones exaltadas y, por la propia naturaleza de la materia, de mal gusto. Los días instituidos a instancias de elementos de la vieja progresía, bien situados en los organismos internacionales, lo que podríamos llamar la izquierda de alta sociedad, son sospechosos. Proclaman un día, como el de hoy, contra la homofobia, pero no otro contra la persecución de homosexuales en las dictaduras comunistas o en los regímenes clericales islámicos; una jornada recordatoria contra la islamofobia occidental, no contra la cristianofobia oriental. Es sintomático que circule la especie progresista de que la homosexualidad es perseguida en las teocracias musulmanas por influencia europea y del cristianismo. Si por los musulmanes fuera, retomarían las costumbres clásicas del califato de Bagdad y de los jenízaros otomanos, si es que las han abandonado.
Los días oficiales instituidos no deberían llamarse contra. Si hemos llegado a la sutileza de llamar a la intolerancia tolerancia cero, ya es hora de inventar expresiones que no se puedan entender como violentas. Suena a aquellos tratados del cristianismo antiguo para refutar herejías: Contra donatistas, Contra Arrio, Contra Académicos, que no refutaban nada, sino que eran contestados por otros contras. Un día oficial para gente convencida no comporta juegos de inteligencia ni aclara qué es homofobia. Por precaución, para no caer en moralinas novedosas, debemos negar su existencia y no darle a los dirigentes de las sexualidades con ideología más importancia de la que tienen: muy poca, por no decir ninguna. Cuando alguien expresa con naturalidad la repelencia que siente ante la idea de tener relaciones sexuales con personas de su mismo sexo, no es homofobia propiamente dicha; ni lo es cuando un obispo predica sobre determinadas materias de la doctrina moral de la Iglesia, pues esa es su obligación. Los inquisidores suelen perder el sentido del humor.
Los movimientos sociales pendulares, que hacen conversos y perseguidores a los perseguidos, son de temer, tan humanos y tan antiguos que podemos deducir que no hemos avanzado nada en este sentido. El puritanismo, la beatería y la intolerancia del homosexualismo militante participan del mismo espíritu inseguro, débil y cerril de sus antiguos y modernos perseguidores. No buscan inteligencia para defender sus proposiciones, porque saben que ninguna inteligencia va a defender que haya ideología en una tendencia sexual particular que funciona con independencia de las especulaciones intelectuales. Aunque conectados, el cerebro y el corazón están lo suficientemente alejados de la entrepierna como para no confundir la razón con el instinto.
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