Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
La mayoría de las personas suele ser curiosa y tiende a preguntarse por las causas de esto o aquello. Hay ciertas cuestiones técnicas, biológicas o científicas que, por su empírica estructura, son contundentes; sin embargo, existen otras causas que se escapan a los algoritmos de su casuística y nos adentramos en el cenagoso terreno de lo especulativo. La argumentación lógica, coherente y ordenada es lo que puede aproximarse a una determinada deducción matemática. Recordemos que la lógica forma parte de la filosofía.
Así pues, qué es lo que desencadena que determinados individuos muestren ciertas actitudes que son difíciles de entender si perseguimos una lógica biológica y psicológica a la par, es decir, ¿por qué ciertas personas, maduras intelectualmente, se comportan como si fuesen adolescentes? Un mensaje que no se responde, por falta de tiempo o descuido, desencadena una suerte de pataleta en cincuentones o sesentones propia de chicos de quince años. La vecina que te retira el saludo porque cae agua en su balcón cuando riegas las macetas. El que toca el claxon porque inviertes demasiado tiempo en aparcar y no puede pasar. El que se irrita en la fila del supermercado porque la cajera conversa con los clientes. El que grita porque no está de acuerdo con tus ideas. Podríamos enumerar una sucesión de casos en los que se espera cierta contención y paciencia, propias de la madurez. Ante determinadas escenas, me veo a mí mismo en una suerte de prolongación del bachillerato y me entran ganas de intervenir y poner cierto orden. Como cuando se le hacía bullying al gafitas, al feote o al gordito en la escuela. Pues a lo que voy: resulta desalentador comprobar cómo vas topándote con gente madura-inmadura o sin principios, los que siguen coleando desde la más tierna adolescencia. He visto cómo hay personas que se desviven en atenciones con unos y ningunean a otros, según su aspecto o posición; los que dejan de hablar a este o aquel sin motivos importantes: una nimiedad en un individuo en otro es considerada una aberración. Juzgar con diferente rasero a las personas es un claro síntoma de inmadurez. Ningunear a unos y adular a otros nos retrotrae a los caprichosos códigos de nuestra pubertad. Nuestra infancia, aquella edad púber y nuestros traumas o frustraciones son elementos claves para entender a estos pobres individuos.
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