El invierno que nunca volverá

Nunca imaginé un octubre así, ni un noviembre que se antoja un ridículo retrato de su predecesor

Me gusta. Me gusta sentir el frío rodeado de papeles, ensimismado en el trazo de un bolígrafo que nunca pone fin, que cuenta vidas, alimenta fracasos, dibuja progresos, revive miserias. Entre tachaduras, entre imágenes que, en ocasiones, las menos, reportan momentos de paz y serenidad dejando un tufo de café requemado por las rendijas de una vieja ventana donde cede la escarcha. Mi otoño. El que una fina lluvia y unas hojas en el suelo le otorgaron licencia para regresar al almanaque. El que septiembre, entre membrillos, granadas y acerolas, debió dibujar su no siempre triunfal entrada.

Hoy no. Hoy tenemos verano que se propone excesivamente largo. Precisamente hoy, el día que un pitido debía sonar como antesala y ensayo de cualquier desgracia, el mismo que imaginamos a Putin como causante del sonido infernal; hoy, un día, uno más, de treinta grados; hoy, que se anticipa la noticia que ninguno deseamos: el invierno, que nunca vendrá.

Atrás quedan manos tras el cristal de una ventana que se calentaban con una taza de té rojo. Una lluvia que nunca amainaba, unos pies empapados, una toalla con que secar el pelo mojado, un sol escondido e impaciente que esperaba entre nubes su turno, una nieve que una y otra vez amenazaba con volver. Nunca imaginé un octubre así, ni un noviembre que se antoja como ridículo retrato de su predecesor. Me falta frío, brasero, noche, oscuridad, sábanas heladas que preceden al sueño. Y el descanso. Arropado. Hoy sólo existe bochorno, cansancio, hastío. Levantas la vista al cielo y no entiendes nada. Un día igual al otro. Un día igual al otro. Me pregunto si es el castigo que merecíamos por mirar siempre hacia otro lado…

Nuestro ombligo nunca tuvo fin. Recuerda los días que permanecimos encerrados por la pandemia, sólo que en esta ocasión el encierro fue voluntario y nunca entre cuatro paredes. Decía Benedetti que "cinco minutos bastan para soñar una vida". Si Mario viviera, nunca hubiera permitido incluir esta monotonía temporal en el transcurso de lo que entendimos siempre por vida. Huérfanos en el silencio con que la semana recuperará noche una hora antes, abandonando guerras y batallas contra el viento y el sudor que cada mañana inaugura días igual al anterior. Y otro, y otro. Y otro…

No quedan imágenes para descubrir lo que no debió ser. Sólo vacíos del alma en un invierno que afirmo nunca volverá. Evadiendo miserias, atrapando recuerdos de un frío amanecer. "Todo cambia y nada permanece. Y no habría belleza, ni danza, ni movimiento si las estaciones no alborotaran los colores y el follaje de los árboles no se desprendiera amarillo en el atardecer." (Gioconda Belli). Mis hijos me dicen que cómo explicar ahora aquello de las cuatro estaciones, que qué era aquello del frío polar….

Descalzos. Sin frio. Caen las hojas, pero de pura desidia. Y todo vacío, plano, adormilado. Ojalá salga el sol, caiga la lluvia y desde nuestra ventana, con frío podamos decir: llueve. Hoy está lloviendo.

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