Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

La isla de los jacintos cortados

La movilización del ficus de Triana recuerda las manifestaciones que generó el sacrificio del perro 'Excalibur'

Un árbol, un lince, un toro, un perro movilizan más conciencias que los indicios de vida de un ser humano. La que se ha montado con el ficus de la iglesia de san Jacinto recuerda las manifestaciones a raíz del sacrificio del perro Excalibur, la mascota de Teresa Romero, una auxiliar de enfermería infectada hace cinco años con el virus del ébola. Todo sienta un precedente y si hemos asistido a la sentada de Triana, a la ascensión a sus ramas, incluso a los cortes de tráfico en la zona, no se entiende que se apliquen sanciones a quienes se ponen a rezar en las clínicas donde se practican abortos. Sin entrar en competencias éticas sobre dónde está más presente la vida, si en las ramas centenarias de un árbol caduco o en los primorosos estertores de la biología abriéndose paso en el útero materno, estamos ante un caso de agravio comparativo.

Así estamos en una sociedad con un desierto demográfico que nos retrotrae a 1941, en los comienzos de la posguerra, en una esquizofrenia ideológica que considera que las corbatas son de derechas y los árboles de izquierdas, las bicis de izquierdas y los lepantos de derechas.

A los defensores del ficus les podría regalar bibliografía: árbol de la resistencia como esos jacintos cortados de la novela de Gonzalo Torrente Ballester. Uno de los laterales del templo de San Jacinto da a la calle Ruiseñor, donde pernoctaba Jose Saramago en sus primeras visitas a Sevilla. En su discurso de recepción del Nobel de Literatura, recordó a su abuelo, un campesino de Azinhaga que antes de morir abrazó a todos los árboles de su huerta.

Al ecologismo rampante le descuadran paradojas como que el cineasta Pier Paolo Pasolini, comunista, homosexual y católico (eso es mucho más transgresor que autoproclamarse "tipo de izquierdas, progresista y ateo", credenciales del barítono Carlos Álvarez) escribiera unos meses antes de su asesinato un alegato contra el aborto en las páginas de Il Corriere della Sera considerándolo una "legalización del homicidio" o que la Alemania nazi fuera uno de los primeros lugares donde se legalizó la eutanasia (mayo de 1940).

Resulta un poco cansino, de todas formas, tener que recurrir cada vez que queremos defender el derecho a la vida al artículo de Pasolini; a Chesterton cuando nos sentimos acomplejados por nuestras creencias; a la famosa cita de Camus sobre el fútbol y su aprendizaje moral para legitimar esa pasión calcicorta; o a los poemas de Lorca y los cuadros de Goya o Picasso para no pedir perdón por disfrutar de una tarde de toros. En las ciudades del sur necesitamos de los árboles, el techo más auténtico, ni Giotto ni Brunelleschi llegaron a tanta perfección. Pero sin idolatrías veganas ni postureos de pitiminí. Sancho, con la Iglesia hemos topado. ¿No eran molinos, mi señor?

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