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Hoy, primer aniversario del fallecimiento del médico, escritor y académico, se rotulará la barreduela de San Isidoro como Jardín Doctor Ismael Yebra. El sitio perfecto. En su tan querido barrio, cerca de su casa y su consulta. Con un aire de recogimiento conventual que pone sosiego en el cruce de cuatro calles. Le sienta bien este aire de jardín conventual abierto al ir y venir de la vida a quien tanto ayudó altruistamente a los conventos -en los que a veces se perdía de los demás para encontrarse a sí mismo- a la vez que tanto disfrutó de las cosas buenas de la vida, las buenas de verdad, las que tienen sustancia para alimentar el cuerpo, la mente y el espíritu, aliñándolas con sentido del humor e inteligente ironía.
Tenía una alegría de vivir, una sonrisa, una calidez y una amabilidad probadas, conquistadas. No se lo puso fácil la vida. Perdió a su madre cuando tenía cinco meses y a su padre cuando tenía 13 años. El amor y los sacrificios de Pepe, su hermano mayor, tabernero de la esquina de Boteros con Alhóndiga conocido y reconocido en Sevilla, y la ayuda de su tío, el doctor dermatólogo Ismael Sotillo Gago, en cuya consulta de la Gavidia hizo sus primeras armas en esa misma especialidad, le permitieron salir adelante.
Quizás la lección de cómo el amor y el sacrificio enderezaron lo que la vida había torcido, tan pronto, cuando era un niño, fue su doctorado en amor y compasión que tan buen médico y tan buena persona le hicieron ser. Hay pocas cosas torcidas que el amor y el sacrificio no puedan enderezar. Aquel niño huérfano y no sobrado de recursos pudo estudiar en los Escolapios, cursar la carrera de Medicina, lograr una merecida reputación como uno de los mejores dermatólogos de Sevilla, hacerse un nombre como escritor y ver reconocidos ambos méritos ingresando en la Real Academia de Medicina y en la Real de Buenas Letras, que presidió hasta su temprano fallecimiento a los 66 años.
Cada primavera florecerán los azahares como una anual ofrenda del doctor Ismael Yebra a su Señor de las Tres Caídas que preside, discreto, tras los naranjos, en este pequeño, íntimo, jardín que desde hoy es suyo. Vive ante Dios, está su recuerdo en nuestros corazones y perdurará su nombre para siempre en este bello trozo de la Sevilla más suya.
Dedicado a Victoria, deseándole que nunca le falte la luz de la Esperanza que cada amanecer de Viernes Santo alumbrará el jardín de Ismael.
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