Todo se me junta

11 de marzo 2025 - 03:07

Bendita agua tan necesaria. ¡Pero no tanta! Málaga amanece sin brillo. El cielo, de un gris plomizo, pesa sobre la ciudad como una losa. No hay sol que arranque destellos dorados en el agua, ni brisa que haga bailar la luz en la superficie del mar. Desde mi ventana solo diviso un horizonte desdibujado y el tenue vaivén de unas olas pardas que se deslizan con la cansina lentitud de quien ha olvidado su alegre destino. Añoro ese mar que siempre regala un azul intenso, hoy una mancha difusa de sombras y reflejos pardos, como pensamientos que no encuentran salida. Veo un mar sin alegría, un mar que parece haberse resignado a su tristeza, a la misma tristeza que pesa sobre mi alma ante un mundo errante que no ve claro su futuro.

Hasta la lluvia, con moderación, no tiene por qué ser mala. Pero ¿dónde está la moderación? Hay embalses que están desaguando mientras que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir advierte que “solo podemos asegurar por ahora un 30 % de dotación de agua para la campaña de riego”. Según la misma fuente, los embalses de la cuenca están al 40% de su capacidad, pero el sistema principal de riego, que es el que satisface el 80% del regadío de la cuenca, está tan solo al 30%. Cunde el desánimo y el corazón se encoge ¿Cuántos españolitos hemos de ahogarnos para que el regadío este cubierto al 100%? ¿Qué fue del Plan Hidrológico Nacional?

Ese mismo estado de ánimo me agobia cuándo veo un mundo que parece tambalearse sobre un abismo sin fondo. La incertidumbre se filtra por cada resquicio de la existencia. No hay refugio seguro, no hay lugar donde el alma pueda descansar sin que la sombra de la inquietud la invada. Los tambores de guerra golpean en la distancia, al principio como un rumor lejano, pero cada día que pasa laten más cerca, más fuerte, son un recordatorio de que la barbarie nunca duerme, de que la historia es un círculo vicioso que regresa, una y otra vez, al mismo agujero negro.

Las calles se han vuelto un mosaico de gritos y silencios, de miradas esquivas y pasos apresurados. Las palabras han perdido su significado, desbordadas por el ruido de mentiras disfrazadas de verdad. Se alzan muros invisibles entre hermanos, entre vecinos, entre quienes alguna vez compartieron un mismo suelo. Se ponen barreras para no escucharse. Nadie recuerda las sabias palabras de Juan de Mairena a sus alumnos: El Demonio, a última hora, no tiene razón; pero tiene razones. Hay que escucharlas todas. Y continuó diciéndoles: Escuchar, analizar, sopesar… no limitarnos a oírlas. Porque, vale, el diablo no tiene la razón última -¡hasta ahí podríamos llegar!-, pero no está nunca de más escuchar sus razones. Aunque solo sea para conseguir que las nuestras tengan mayor solidez. Una actitud elemental, pero impracticable desde el doctrinarismo. Hablar, hablar, pero sin dejar de escuchar. ¡Qué se puede esperar de un mundo que, para buscar la paz, en lugar de hablar, ha de fabricar más armas! Pero ¿acaso alguna vez hubo paz sin equilibrar el miedo? Mi estado de ánimo está por los suelos. Necesito con urgencia ver brillar el sol en el horizonte y ver sus reflejos balanceándose en las aguas de la bahía. Y en mi mente a Manuel. Hoy necesito un Dry Martini en su recuerdo: “Bebiendo estoy mi vino y mi pregunta. / Penas y dudas. Todo se me junta”.

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