En tránsito
Eduardo Jordá
¿Por qué?
No pienso comprar el libro del increíblemente llamado Emérito. Aun arriesgándome a que se me acuse (si alguien se molestara siquiera en leerme) de criticar lo que no conozco, puedo afirmar públicamente que de ese agua no beberé, e incluso que este cura no es mi padre. Pasa que no quiero aportar ni un solo euro a la fortuna de un individuo que ha declarado públicamente, con su marcha a Abu Dabi, que no piensa contribuir en nada a la Hacienda Pública, a la que sí, en cambio, defraudó una considerable cantidad mientras su deber era cuidar de ella. Sin embargo, por quitar, él prefería quitar hasta la ‘l’ al concepto de ‘pública’.
Todo esto no quiere decir que no me interese lo que pueda decir en el libro que ni siquiera ha escrito él. Es más, me interesa mucho, y estoy siguiendo las reseñas y noticias que se escriben sobre su contenido. Y me asombra (¡aún!) el descaro con el que habla de ciertos asuntos, y el rencor que parece guardar por el merecido aunque corto castigo que ha merecido por las decepciones que ha causado al pueblo español, ese que antes era mayoritariamente ‘juancarlista’.
Por lo visto, él es una víctima y un pobre abandonado que tiene que recurrir a unos jeques para que le paguen la mansión, el jet privado y la piscina, ya que el Estado español le ha negado la pensión que se merece, como todos sus conciudadanos. Se le olvida decir que para eso hay que haber trabajado, como dijo un cómico (esperemos que lo condenen) hace poco.
Lo que más desasosiego produce es la forma cariñosa en la que habla del dictador Francisco Franco, al que retrata como una especie de anciano cariñoso y profesor de vida. Ese anciano que, mientras tomaba el café por las mañanas y preguntaba a Juan Carlos cómo iba su formación como futuro rey, firmaba sentencias de muerte y seguía negando a los españoles los derechos humanos y democráticos; ese dictador que decidió por sus santos redaños que la Monarquía iba a ser la forma futura del Estado. Y ahí seguimos su dictado, que refrendamos democráticamente. Ironías de la Historia irrefutable.
Por eso y muchas cosas más, no entra en mis cortas entendederas la mala reputación que tiene, o se le quiere dar, en este país a la palabra República, y por contra el ensalzamiento a su contraria, la Monarquía. Como si no hubieran existido, con sus testas coronadas, al menos hasta dos siglos atrás: Alfonso XIII, Alfonso XII, Isabel II, Fernando VII, Carlos IV... Parece que los españoles estamos condenados a no aprender o que simplemente nos encanta la lección repetida. La mayoría manda, como debe ser.
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