Mitologías Ciudadanas

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Soy un (maldito) jacobino

Si, lo reconozco, soy un maldito jacobino, de esos que la posmodernidad aborrece. Un trasnochado; alguien -dicen- que quedó atrapado en las aguas heraclitianas del tiempo que pasa, de ese tiempo de "progreso" que a todos nos arrulla con su canto de sirena, mientras -ya dormidos, "atontados"- teje las mimbres del oxímoron vacío de un futuro sin "futuro". Sí, soy un puto jacobino. Creo en un estado democrático fuerte y centralizado; un estado -hay que recordar que yo, usted, todos, y las reglas de juego con las que convivimos, y las instituciones que hemos ido levantando para facilitar esa convivencia, somos el estado-, en el que todos puedan encontrar calor y cobijo bajo la luz del sol que nos ilumina, siendo conscientes de que las sociedades abiertas tienen sus enemigos... Soy jacobino porque creo en la democracia de los ciudadanos, no en la de las castas ni las etnias. Sí, soy jacobino: pienso que el estado debe ser el valedor del bien común y que, en consecuencia, es fundamental la obediencia a la Constitución y a las leyes. Soy jacobino porque creo en la pureza patriótica de los niños y en la libertad (el amor a las metáforas) que de todo ello mana. Soy jacobino -no hace falta decirlo- porque reivindico, además de la libertad, la igualdad y la fraternidad (esos hermosos e imbatibles lemas que animó a la Revolución Francesa), y porque fueron precisamente los jacobinos los primeros en proclamar y luchar con firmeza por la consecución de las libertades civiles, incluidas la libertad de prensa y la libertad de conciencia; por adoptar el sufragio universal, por la supresión de la censura, por una separación radical entre el estado y cualquier clase de iglesia, por defender el valor de la escuela pública y de la igualdad de oportunidades (los jacobinos fueron los que instauraron la obligatoriedad de la enseñanza primaria y los que votaron por la abolición de la esclavitud). Soy jacobino porque sitúo a la razón -junto con la voluntad y los sentimientos- como la primera enseña de lo humano, y porque entiendo que en la sinrazón germinan toda clase de males públicos y privados, y que el pensamiento científico sobrepasa con mucho cualquier clase de superstición o mitología (sobre todo cuando ésta es instrumentalizada por los clérigos o los populistas).

Sí, soy jacobino porque tengo la creencia de que el fascismo, a pesar de los nuevos tintes con los que se repinta, es la enfermedad infantil (¿o senil?) del supremacismo; de que el supremacismo es la tontura ególatra e insolidaria del nacionalismo; de que el nacionalismo -cuando no es respeto, ternura y agradecimiento no excluyente a la tierra en la que se ha nacido y a su gente, y a las costumbres con las que hemos sido educados (es decir, patriotismo. No patrioterismo)- es un oficio de tarados y por tanto de seres manipulables, y lo que es peor: que disfrutan dejándose manipular. Soy jacobino porque -sabedor consciente de mi posición de ciudadano- lucho por la enseñanza pública, no sectaria, aconfesional, capaz de favorecer el surgimiento de ciudadanos críticos, libres, por qué no ilustrados, capaces de tomar sus propias decisiones sin culpar a nadie de los posibles errores; defiendo el derecho a la salud y, en consecuencia, la existencia de un sistema de salud público, gratuito, de calidad; defiendo la estabilidad y progresión de las pensiones y de las políticas sociales, las que benefician a la mayoría de los ciudadanos (y soy consciente de que esto tiene un coste que hemos de pagar entre todos); abogo por la unidad de una España abierta al mundo y a su gente, sabedor de que el mundo es de todos y que nadie puede ser excluido "a priori", vaya usted a saber por qué extraños -y siempre supremacistas- motivos. Soy jacobino porque…

En fin, sí, soy jacobino, un maldito, un puto jacobino. ¡Y a mucha honra!

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