El matón

05 de septiembre 2025 - 03:08

La escuela de la vida se ubica lamentablemente en el seno mismo de la misma escuela, donde aprendimos a leer, escribir, jugar y también a marginar, acosar o ningunear. El más extrovertido se erigía como líder, haciendo y deshaciendo a su antojo las relaciones sociales que en aquellos tiempos se iban estableciendo. Era fundamental que el maestro vigilante o los padres atentos hubieran prestado mucha más atención a estos inicios. Por desgracia, se siguen repitiendo los mismos patrones. Es lógico pensar que cada niño actúe según su carácter o personalidad; pero no es lógico que, porque este o aquella posean un carácter fuerte, le otorguemos la miserable conmiseración de poder acosar o maltratar a quien le apetezca. Perdón por la paradoja. Por cuestiones de supervivencia emocional los timidillos, gorditos, gafotas, amanerados o tullidos terminaban sometiéndose al dictador y a sus acólitos. Empezaban los peligrosos juegos de poder, maltrato y acoso; si bien, esto último no tenía por qué ocurrir. Simplemente con ignorar o ningunear a alguien es suficiente como para hacerle sufrir. Si os fijáis un poco, los mismos esquemas se repiten en nuestra edad adulta. Hay círculos de amigos impenetrables. Existe el líder que hace y deshace a su antojo. Se invita al de siempre y se ningunea a los mismos. Se celebran hipócritamente las gracias de los líderes y se desatienden a los desapercibidos porque sencillamente no son importantes en ese concierto de cariátides histriónicas e histéricas. Se reproducen aquellos nefastos esquemas en las pandillas o cuadrillas, las empresas, las comunidades de vecinos, gremios o clubes. Y también en el concierto geopolítico: obsérvese como el matón (Trump) juega con el mundo a su antojo. Él pone las reglas. Él permite o prohíbe. Y luego están sus acólitos, aduladores y pelotas, como en el patio del colegio. La escuela de la vida suele ser amarga. El poderoso pisa el cuello al débil y margina a todo aquel que no le baile el agua. Y luego estamos los observadores, los que se ríen, escriben o se irritan ante este gran teatro del mundo (Calderón de la Barca), tan fascinante o bello como cruel. Y, por último, nos encontramos a los que, ahogados por el hartazgo piensan: “No me toquéis más los cojones que a la más mínima salto”. No pises a nadie, pero tampoco te dejes pisar. Seguramente, el matón de la clase debería probar alguna vez su propia medicina. Ya va siendo hora de jugar a la inversa:”¡Todos a una!” (Lope de Vega).

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