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la tribuna

José Pérez Palmis

Tres millones y medio de deseos

ANTE las próximas elecciones los sobresaltos menudean. Abrir los periódicos o enchufar la tele son operaciones sorpresa, como emboscadas informativas que le cogen a uno sin defensa. Dentro de este género saltó a los medios la noticia de grueso calibre de nuevos empleos fabricada por González Pons, portavoz del PP y especializado en recibir en el Parlamento a José Luis Zapatero con cajas destempladas. Su expresión marmórea, de dolor de muelas, ha sido estos años un fiel trasunto de la negatividad política, una manera clara de desperdiciar las mejores ocasiones de brindar soluciones y colaboración. Pero ver a Zapatero era superior a sus fuerzas y la hiel se le removía. Estos personajes que juegan a sobresalir golpeando tobillos pinchan también y la olla se les escapa de cuando en cuando, con la característica de que un reventón de su puchero llega muy lejos, salpicando a los próximos y a los lejanos. Ignoro qué mosca le picaría, pero de pronto ha aturdido a los suyos, a sus peperos, con la novedad de crear 3,5 millones de empleos si su equipo asienta sus posaderas en el sillón de la Moncloa. Despavoridos, los grandes jefes del PP nada más oírlo quedaron petrificados, para eso no estaban preparados. El primero que logró recuperarse del pasmo recurrió a la cosmética, a la metamorfosis, la salida de Pons les había mareado. Algo había que hacer, y poniendo los ojos en blanco se encomendaron a los cielos: el jefe Pons nunca afirmó, nunca contrajo compromiso alguno, sólo escenificó un deseo, un anhelo. Habló sin firmeza, de la misma manera que pudo pronosticar el resultado del próximo encuentro del Real Madrid o el Málaga. Nadie ha de esperar la inclusión de los 3,5 millones de empleos en el programa electoral de los suyos. Dios los libre. Metida la pata hasta la ingle, más arriba es difícil, Pons anda rebajando sus quiméricas manifestaciones, dejándolas en un suspiro, en un afán, una aspiración; y cruzando los dedos de paso para que el PSOE no haga leña de ese árbol caído.

Javier Arenas es otro de los limpiadores de imagen y confuso y poco diestro en la materia, suelta la idea contraria a sus ataques al PSOE: los gobiernos no son los que crean empleo, esta misión les corresponde a los emprendedores, a los autónomos. Rajoy quiere recordar a la gente que estamos ante una versión libre de la película Un tranvía llamado deseo. Aquí nadie ha dicho nada, todo ha sido un racimo de sugerencias, de intenciones, a pesar de lo cual alguien de su partido le ha salido por el ala izquierda con el consejo de pensar más con los pies en el suelo. La lujuria del poder vislumbrado en el horizonte ciega, la lengua es el único órgano que no descansa y su resultado está a la vista: un micrófono, una cámara, un periodista, y ya tenemos al político con un delirium tremens, el mundo se le queda pequeño y, llegado el caso, sin el más mínimo rubor tuerce y retuerce sus alegrías y ligerezas, dije pero no dije.

La gente haciéndose aire y los de la política enfrascados en sus arrebatos, en sus decires de todo y su contrario. La que habríase armado si la patochada de los 3,5 millones de empleo hubiera salido de las filas socialistas. A los Rajoy, Arenas, Trillo y muchos más la juerga les sería de larga duración, días y días. Palmoteándose y echándose unas bulerías, cantarían la buena nueva de votos a gogó ante tan desaforada perspectiva. De perdón ni hablar, las noticias se dan o no se dan, pero teñirlas de aspiraciones, de afanes entran en la mandanguería.

Al PP le sigue fallando la administración de los pronósticos, de las ventajas anunciadas. Habla sin cuidarse, cree que a los votantes les da todo igual, que no piensan. Los resbalones como los de Pons y su multitud de empleos acaban por pasar factura. Nadie quiere aprender de la historia. Ahora vemos que se han quedado tamañitos los célebres 800.000 puestos de trabajo de Felipe González de hace varias décadas al lado de la impetuosa postura de Pons, multiplicándolos por cuatro, más el invento de considerarlos un deseo por si por el camino las ruedas revientan. Los recursos peperos no son infinitos y en alguno de ellos los votos futuros podrían transformarse en castillos de naipes que, con una leve brisa, no dejarían ni la sombra. La sensatez, la madurez son adornos de los hombres políticos. Hablar por hablar contamina y resta valor. A falta de mejores cosas, Rajoy hace pocos días expresó su admiración por Camps, el presidente salido por pies de la comunidad valenciana. Lo ensalzó, lo elogió y le vaticinó mucho porvenir, pero como los gallegos tienen un fino sentido del humor, no sabemos si acabará mandándolo a vigilar las sastrerías del entorno o a echarle un capote a Pons con el empleo antes de que el PSOE piense en contarle el número de deseos, llenar sacos y espolvorearlos a los cuatro vientos. Queriendo o sin querer, Esteban González-Pons le ha liado una buena a su partido con su caída libre, sin paracaídas en la economía del empleo. una incursión a un terreno misterioso, desconocido para él ¡3,5 millones de nuevos empleados, casi nada! Descanse, Pons, descanse, refrésquese y aguante el tipo.

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