De mítines y campañas

Dejen de perder el tiempo en convencer a los convencidos y olvídense de hacer promesas de dudosa realidad poselectoral

No entiendo cómo se siguen organizando mítines. En sus orígenes, en la Inglaterra de finales del siglo XVIII, el mitin (del verbo meet, encontrarse) era la única manera que tenía una opción política para dar a conocer, de manera directa, sus ideas a los ciudadanos y así éstos, informados de los programas a desarrollar por cada partido, pudieran votar en consecuencia. Pero aquello no se parece en nada a lo que hoy conocemos. El advenimiento del marketing político, el desarrollo de las comunicaciones y la influencia de los medios –en especial la televisión y, ahora, las redes sociales– han hecho que se desvirtuara tanto que hace mucho tiempo que son de todo menos un mitin, entendido al clásico modo.

A los mítines de ahora no asiste gente con ganas de escuchar propuestas que puedan convencerles, o no, para inclinar su voto. A los mítines de ahora van solo los fans, los convencidos de lo que van a votar y a los que el partido respectivo insta, urge, apela a asistir, ya sea para retroalimentarles la motivación, ver de cerca y jalear a sus líderes y, si puede, hacerse unos selfis, o bien para algo mucho más práctico: rellenar los espacios y aportar al acto el marco necesario que les mantenga en campaña.

Así que estimadas candidatas y candidatos, cúrrense un poquito más la mitad de campaña que les queda. Espabilen a sus asesores y derrochen creatividad. Que está muy bien lo de reunirse con asociaciones, gremios, sectores, cofradías varias y escuchar de primera mano sus reivindicaciones, pero que el encuentro sirva para algo más que para sacar una foto en Twitter. Estrújense las meninges y busquen espacios nuevos donde encontrarse con la gente (absténganse los prometaversos, van de modernos, pero no entendieron nada) Debatan sin miedo, expongan con claridad sus ideas, escuchen activamente y utilicen vías y métodos nuevos para llegar a más gente y convénzales, se trata de eso. Estamos hartos de que nos cuenten – con su mijita de fruición– porque no debemos votar a sus adversarios y no porque tendríamos que votarles a ustedes. Dejen de perder el tiempo en convencer a los convencidos y olvídense de hacer promesas de dudosa realidad poselectoral, no se las cree nadie. Abandonen esas soflamas mitineras pasadas de moda, siempre a mayor demérito del contrario –en dónde la autocrítica, ni está, ni se la espera– y esfuércense en gestar ideas con las que mejorar la cosa pública, la res pública le llamaron los romanos, y traten de contagiarnos el virus de la buena, leal y responsable ciudadanía. Ganaremos todos.

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