El modo de contar

Decía Borges que todas las historias estaban en Homero y en gran medida tenía razón

Las cosas no son lo que son, sino aquello que cuentan quienes las cuentan. Hay derrotas que se ocultan; victorias que se engrandecen; verdades que se falsean; mentiras que se convierten en realidad, según quien se apropie del relato. De ahí que incluso aquellos hechos demostrables a la luz del paso del tiempo estén sujeto a constante revisión y a interpretaciones variadas. Por eso, no es ninguna exageración concluir que las disputas, ya sean ideológicas, políticas o empresariales, se ganan en el territorio de la comunicación. En eso descansa la relevancia máxima que tienen los medios. Hubo un tiempo en que la prensa y la radio fueron los instrumentos clave a la hora de influir en nuestras opiniones. Luego el trono lo heredó la televisión, y ahora es evidente que la voz cantante se distribuye preferentemente por internet y sus infinitos púlpitos. En cosa de dos siglos las noticias han pasado de generarse en las plazas de los pueblos en corrillos de ciudadanos curiosos; a estar en mano de unas pocas empresas capaces de ganarse la confianza de la sociedad a la hora de saber lo que les ocurría; hasta llegar a nuestros días donde cualquiera con un móvil conectado a la red puede decirle al resto del mundo aquello que considere. Hemos ganado en libertad para hacerlo, y en dimensión. Ahora la plaza del pueblo es el mundo.

Y ahora llega la inteligencia artificial. Cualquiera podrá escribir libros y luego distribuirlos a golpe de un simple clic. Decía Borges que todas las historias estaban en Homero y en gran medida tenía razón porque el amor, la lucha por el poder, la venganza y los viajes continúan siendo la esencia de todos nuestros relatos. Pero cada era tiene su propio lenguaje para trasmitirlos. Ahora andamos creando el más adecuado para estos tiempos alborotados. Surgirán nuevos Quijotes, Condes de Montecristo, Aquiles, Romeos y Julietas, que con menos palabras e interactuando más, nos contarán la misma historia de siempre: que ser felices nos cuesta, y que seguimos sin encontrar la receta que nos lo facilite. Pero incluso sobre esta indiscutible verdad, no nos pondremos de acuerdo y discutiremos hasta el agotamiento. Porque equivocadamente, antes que comprender las razones de los otros, creemos que imponer las nuestras es el único camino que nos acerca a la felicidad. Grave error. El modo de contar las cosas que nos suceden quizás sea más divertido y exitoso si incidimos en la bronca por lo que nos separa; pero será mejor para todos si ayuda a construir puentes, en vez de a derribarlos.

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