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Según el Balance Migratorio Frontera Sur 2021 que la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (Apdha) presentó el miércoles en Cádiz han muerto 2.126 migrantes intentando llegar a España. Añadiendo que la cifra es con seguridad mayor, hasta alcanzar las 4.000 víctimas, porque "muchas pateras desaparecen sin dejar rastro". Lo que coincide con los 4.404 migrantes muertos que estima la ONG Caminando Fronteras. Según los datos del Ministerio del Interior 41.945 migrantes lograron llegar a nuestras costas y según Apdha fueron 56.833.
Las cifras son escandalosas aún en sus estimaciones más reducidas. Pero casi nadie se escandaliza. Nos hemos acostumbrado. La magnitud nos desborda. Los problemas de origen que motivan la migración masiva parecen irresolubles. La lucha contra las mafias parece imposible de ganarse. Las fronteras no pueden contener este derramarse de África sobre el sur de Europa. Los medios de rescate empleados no bastan para impedir los ahogamientos. Los gobiernos no pueden garantizar que los que logran llegar no sean explotados y caigan en la marginación.
Hay problemas, tragedias y horrores cuya magnitud paraliza. Y, si se suceden a lo largo del tiempo, ni tan siquiera eso: generan una indiferencia en la que la responsabilidad y la culpa ceden ante los mecanismos psicológicos de autodefensa. Más cuando se viene de la crisis de 2008 y se está apenas saliendo de una pandemia que dura dos años y ha provocado en España más de 100.000 muertes. Si nos hemos acostumbrado al recuento de muertes por Covid, que pese a la caída de la pandemia sigue alcanzando cifras tan altas como las de los dos últimos días, más fácil es que nos acostumbremos a convivir con estas muertes lejanas que vienen de tierras igualmente lejanas. Y ajenas.
Soy consciente que es fácil, al tratar de estas cosas, hacer como los antiguos fariseos que "atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas". Y también lo soy de que esta indiferencia no es nada nuevo. Nuestro refranero refleja esta realidad, referida a fallecimientos comunes y no a tragedias con miles de muertos, desde el cervantino "el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza" de Sancho y el secamente castellano "al vivo la hogaza, al muerto la mortaja" hasta el conocido "el muerto al hoyo y el vivo al bollo". Así éramos. Así somos.
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