Entrevista Alfonso Herrero: "El Málaga es un señor club; a los jóvenes les digo que fuera hace mucho frío"

Confabulario

Manuel Gregorio González

U na cuestión menor

EL domingo pasado, el señor Mas escribió una carta a los españoles en general, y a Felipe González en particular, donde venía a decirnos que a él nadie le da lecciones de democracia. Según propia declaración, el señor Mas es un demócrata de primer orden, y en consecuencia, aceptará el resultado de las elecciones, convertidas en plebiscito, del 27-S. Luego el señor Mas hablaba de amor y de maltrato, como si la relación de Cataluña con el resto de España fuera una canción de Pimpinela. Bien. Efusiones líricas aparte, alguien debería advertir al señor Mas de que la democracia no es, sencillamente, convocar elecciones y aceptar su resultado. Si así fuera, el general Franco, con cierta afición plebiscitaria, sería un demócrata prominente. Y hasta el momento, que sepamos, nadie lo ha reputado de tal cosa.

Si no me equivoco, la democracia es un complejo sistema de derechos y obligaciones del que emergen, como rosa de Paracelso, las libertades individuales y el derecho de ciudadanía. Todas esas libertades son las que garantiza, a los ciudadanos de Cataluña, la Constitución española. Toda esa red de garantías y tutelas es la que el señor Mas, junto con sus compañeros de aventura, quieren eludir en busca de un ideal más alto. ¿Y cuál es ese ideal tan largamente soñado? La libertad de ser, tras siglos de humillación y oprobio, exclusivamente catalanes. El problema, la cuestión menor que plantea esta liberación, es quién decide qué es ser catalán, y quiénes son los agraciados con tan excepcional fortuna. ¿Será acaso la monja Forcades quien discrimine a los puros de los maculados? ¿Será Karmele Merchante? ¿Será acaso Guardiola? Durante cuarenta años, la dictadura franquista nos explicó en qué consistía ser un buen español, sin que aún nos hayamos aclarado del todo. Bien es cierto que, según Cánovas del Castillo, "español es el que no puede ser otra cosa". Para Mas, sin embargo, ya más moderno y actualizado, español es todo eso que no es catalán, y que además oprime y roba y hace bulto.

La ventaja de las democracias es que no hay una medida estándar de chapelas o de barretinas. Uno puede ser portugués y melancólico, como puede ser alegre, colérico o anabaptista. Las democracias, por su propia naturaleza, no pueden inmiscuirse en tales intimidades. La configuración de la intimidad, la pluralidad del hombre convertida en promedio, la dejamos para el demócrata Más, alto cruzado de la causa.

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