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La decisión de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía de cerrar el colegio público San Ignacio de Loyola del Polígono de San Pablo por la caída de la natalidad, obligando a los niños escolarizados allí a reubicarse en el cercano San Juan de Ribera, más grande, ha provocado el lógico enfado en los padres de los alumnos afectados, que temen que la solución adoptada (probablemente necesaria) afecte a la calidad de la enseñanza de sus hijos, sobre todo los que necesitan atención especial. No es este el primero, ni el último, colegio que cerrará, pues desde hace ya tiempo se viene observando un descenso en la demanda que deja a algunos centros semivacíos, lo que por una mera cuestión de eficiencia obliga a la Administración a la reorganización de estos servicios.
Lo interesante de la polémica, y aquí es donde interviene la política, es el criterio seguido por la Junta para redistribuir los recursos, pues en el mismo distrito hay dos colegios concertados (el Santo Ángel y los Agustinos) que no parecen vayan a sufrir variaciones en sus respectivos conciertos. En la decisión de la Junta de Juanma Moreno ha prevalecido, al parecer, según denuncian unos y aplauden otros, el criterio de la demanda, porque se supone que son más solicitados por los padres. Si no fuera por la cantidad de socialistas de carné que le rezan a San Fernando de los Ríos mientras por lo bajini matriculan a sus hijos en el concertado religioso de la esquina, diríase que esta podría ser una buena oportunidad para la apuesta de la izquierda por una educación pública de calidad.
Llegados a este punto, habría que preguntarse por el papel de los centros concertados en la educación española en el siglo XXI, lejanos ya los tiempos de la muy discutida LODE del ministro Maravall que los consagró, au nque por una cuestión más económica que ideológica. El concierto como instrumento de apoyo privado a la gestión púbica parece, por lo que se ve, que ha pasado a un segundo plano, y hoy los colegios concertados han alcanzado un status de categoría de centro educativo alternativo (nunca subsidiario) a la escuela pública de muy difícil retorno. Influye, sin duda, el alma de colegio privado que muchos todavía mantienen pese a sus tiranteces con la Administración, y esa curiosa paradoja por la que un modelo esencialmente socialdemócrata es sin embargo defendido por tanta gente conservadora. Y es que, ¿hay algo menos liberal que un colegio concertado?
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