
La ciudad y los días
Carlos Colón
¿Vísperas de gozo o de batalla?
Tras Tras la Segunda Guerra Mundial, las necesidades de reconstruir Europa llevaron a los Estados Unidos a plantear un plan de recuperación que relanzase las economías maltrechas y alejase a los países del comunismo. Pero en 1947 las naciones europeas seguían inmersas en una durísima posguerra, y ese Plan Marshall logró impulsar el ritmo de reconstrucción y sentó las bases comerciales de la Comunidad Económica Europea que hoy disfrutamos. Estos días hemos conocido la idea de convertir la zona de Gaza en la nueva Riviera del mediterráneo, pero ¿es su espíritu similar al que aplicó Harry S. Truman en Europa, o el proyecto de Trump busca una operación urbanística de un tamaño colosal?
Es lógico pensar que las imágenes de Palestina hoy son tan terribles como lo fueron las de Alemania tras los bombardeos aliados. Ver que no han quedado apenas edificios en pie hace pensar que el proceso de reconstrucción va para largo. Por ello sorprende el planteamiento inicial de que los ciudadanos gazatíes deben abandonar su país para comenzar la reedificación. La simple idea de no necesitar esa mano de obra es ya una muestra de un paroxismo presidencial que es incapaz de planificar adecuadamente un proyecto de este calibre. Y sobre todo asusta que, alguien tan acostumbrado a grandes construcciones como es el propio Trump, sea incapaz de ver lo absurdo e inadecuado de su propuesta, especialmente en un momento tan inoportuno como es el proceso de intercambio de prisioneros.
Lo que ya raya la inconciencia es insinuar la obligación de los demás países de tener que acoger a los palestinos que abandonen su país. Al igual que los estadounidenses no querrían que los demás les digan lo que deben hacer, tras ese aislacionista eslogan del “American First”, los demás merecen al menos la misma consideración y respeto. Porque esta política de exigencia de máximos, para posteriormente negociar un punto medio, empieza a aburrir un poco y muchos comienzan a no hacerle caso. Al final este sinfin de bravuconadas con los aranceles, como medida de presión frente a naciones díscolas, acaban afectando tanto a la que los impone como a la que los rebate. Y tratar de convencer al mundo de que todo esto se hace por la paz, siendo a la vez inflexible y arrogante, no tiene mucho sentido porque, como bien decía San Francisco de Asís: “Que la paz que anuncian con sus palabras esté primero en sus corazones”.
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