La inocencia es la novela que escriben los niños. Una de las mías, creo que con 8 años, fue pensar que los gremlins existían. No después de la doce y habiendo comido pollo; creía que el adorable Gizmo era uno de esos animales raros que solo existían en Estados Unidos, Australia o las latitudes lejanas que un chavalín puede llegar a dibujar en su cabeza.

Crecer me puso en la cruda realidad. La de pasar de la ficción a redescubrir, no con alegría, que los gremlins sí existen. Cuando el bipartidismo más caduco parió las semillas de Podemos y Vox, volví a constatar que sí. Que esa idea platónica de la derecha y la izquierda, automutilada y repleta de arrugas, podía dejar de ser un fascinante mogwai para convertirse en un ser verde destructivo y sanguífero.

Aterra ver la perversión de lo que todos esperábamos como un lifting moderno y de ropa casual para los postulados que acabaron estrangulando Zapatero y Rajoy, últimos en la carrera de relevos de la izquierda y la derecha (solo que cambiando el testigo por problemas irresolutos). En tiempo récord, la llama de la esperanza que representaban se quedó sin esperanza; y la llama prendió varios incendios.

¿Acaso Abascal no es el reverso de Iglesias? Sus postulados se definen desde lo radical. Pero, a ojos de los que no les simpatizan, ambos son vistos como el gremlin de la cresta; el gremlin malo. Y en medio de ambos, un Albert Rivera que pronto pasó de gaseosa a descafeinado, y cuya última conquista de verdad fue Malú.

Así que los nuevos partidos, los que debían hacernos más plurales y avanzados, han supuesto un remake de la escena en el centro comercial, destrozando todo a la carrera mientras los partidos antiguos, como Gizmo, van conduciendo un coche que no saben guiar para escapar de los nuevos villanos.

Ahora queda ver si Vox podrá tener la oportunidad que le llegó a Podemos y gobernar en algún punto estratégico antes de que en menos de dos años también se autodestruya, incapaz de soportar su propia beligerancia y se descubra que nació desde un clima de crispación, y no desde una estructura premeditada.

España, el día a día, nosotros, funcionamos así; nos cansamos, nos enfadamos, nos radicalizamos, explotamos. Pero cuando nos miramos al espejo, todos creemos ver al adorable Gizmo.

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