Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
El odio es un misterio para mí, aunque la bibliografía sobre pasión tan actual no deje de crecer. Sinceramente, he odiado muy poco en mi vida, quizá por eso gozo de buena salud mental, aunque, a cambio, no haya alcanzado ese tipo de logros que solo llegan tras larga preparación en el odio y su cercano pariente, el resentimiento. ¡Cómo se odia hoy y cómo se alardea de ello! Nunca se ha empleado tanto ese verbo como ahora, nunca se había banalizado tanto.
Anoto lo anterior para que el improbable lector comprenda mi desasosiego cuando, hace tres días, sentí nacer en mí una conmoción que no dudo en calificar de odio. Odio indignado, odio reconcentrado, odio frío, odio cruel. Desde mi ventana vi avanzar, precedida por el ulular de las sirenas, una rápida cabalgata de ocho o diez vehículos, negros, blindados, tintados, arrolladores, prepotentes, la imagen misma del poder global que nos exprime y nos desdeña, dispone a placer de nuestras vidas e, impasible, nos deja tirados catorce horas en un bancal manchego. No reproduciré aquí la catarata que solté por esta boca en recuerdo del Gobierno, de la ONU, de la Agenda 2030, de los sátrapas corruptos y de los satisfechos burócratas que sostienen el tinglado, de los pánfilos de la cintita al cuello, de los dueños de la ciudad secuestrada, casi militarizada, caprichosamente perturbada hasta límites inéditos, con total desprecio de sus gentes. Nunca el poder mostró tan obscenamente su faz desconsiderada, brutal, a una ciudadanía que –los silencios de Sevilla– ha respondido con lo que mejor domina: la indiferencia abisal.
Mis odios son verduras de las eras. En esas estaba cuando recibo el cordial mensaje de mi tocayo y buen amigo Rafael Rodríguez Ponga, que resulta ser uno de los “invasores” en la ciudad achicharrada, y que me remite un estupendo artículo de su autoría donde explica con su prosa diáfana y siempre optimista de qué va la “cumbre”. De repente, la otra cara de estos eventos se me hace patente, la de los numerosos cooperantes que se esfuerzan por intentar un mundo mejor. Soy tan bruto que le digo todo lo que pienso del akelarre y mi radical desconfianza acerca de lo que de aquí salga. Él es tan educado y afable que hasta me da las gracias por aportarle mi visión. Que estas líneas sirvan para agradecerle su ayuda contra lo peor de mí mismo.
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