Al final del túnel
José Luis Raya
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Un día en la vida
Tomo notas en un bloc con la intención de que a medida que vaya escribiendo lo que sea surja la idea y empiece a desarrollarla. Pero nada, no hay nada. Nada de nada. No tengo nada que decir. No hay nada que decir. No hay nada de lo que escribir. Aunque todo el mundo lo hace sobre todo y al final lo que se dice es eso: NADA. Ahora todo el mundo escribe. Uno mismo, por ejemplo. ¿Con qué autoridad? Pues ya ven. Es algo que sólo deberían hacer personas con prestigio. Con talento. Ahora hay muy poco de eso. Ahora hay mucha opinionitis. Y más que escrita, hablada. La escrita, la lees si quieres. Pero la hablada. Joder. Es una transmisión de 24 horas. A cada momento. Imposible no oírla. De esto y de lo otro y sobre aquello y porque sí. De carne podrida y de la carne con tomate, de un tenor salido, de la entrada al talón de Aquiles del contrario, de las elecciones, de un barco con parias y de la virgen santa... Palabrería y más palabrería. Un bucle de cháchara ruidosa. No hay un minuto de silencio ni en los minutos de silencio. Un día va a saltar el muerto. Son sospechosos los callados. Apenas los quiere alguien. Desde pequeños. Se desconfía de ellos. Algunos niños que no hablan -no porque no sepan, sino porque no quieren- acaban en el médico. Y éste comprueba que la madre habla por los dos. No, por los tres. Y que ella sabe más que el galeno. Se piensa de los silenciosos que están tramando algo. Nada bueno. Porque si no, lo dirían. Como si fuera obligatorio compartir los pensamientos. ¿Cómo es que no rajan? Si no se suman al parloteo es que están ocultando algo. Seguro. O quizás es que no tienen opiniones. Desde luego no tantas como otros, que las tienen para todo. Mire a su lado, a izquierda y derecha. Haga una prueba, aunque sea con esfuerzo si es usted de los silenciosos, de esos a los que los demás llaman taciturno (ya están opinando). Suelte un comentario en voz alta. Sobre lo que sea. Es más: diríjase a otra persona que no sea el individuo en cuestión, pero cerciórese de que éste le oye. Ya verá. Será automático. Tienen como un resorte que se activa de inmediato. Elevará el volumen de su voz por encima de todos y pondrá como ejemplo de lo que larga una vivencia propia. Sus días son de 72 horas, sus semanas de 21 días, de lo contrario no se entiende que tengan tiempo para tanta experiencia y conocimiento. ¿No se oyen a sí mismos? Sí, claro que sí. Y con gusto. Da la impresión de que están teniendo un orgasmo con su palique. Tal vez es que el otro hace tiempo que dejaron de tenerlo. Cuando el último se pusieron al acabar a darle la chapa a su pareja. Y ésta los echó de la cama y los mandó lejos para siempre. "Vete a opinar".
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