La pandemia del bienestar

El final de las civilizaciones viene siempre precedido por una histeria colectiva y el imperio del hedonismo

Se pasan la vida manipulando la información y ahora pretenden que la gente les crea. Se pasan la vida educando en el mínimo esfuerzo y ahora pretenden que el personal tome conciencia de la situación y actúe en consecuencia. Han acostumbrado a los estudiantes a pasar de curso sin necesidad de aprobar y ahora pretenden que los alumnos sean sensatos y laboriosos. Se pasan la vida anestesiando a los jóvenes con bacanales y fiestas diarias y ahora pretenden que sean prudentes y austeros. Se pasan la vida intentando instalar el pensamiento único y ahora pretenden que la gente tenga un criterio propio y coherente. Se pasan la vida admitiendo botellonas y favoreciendo la ingestión exagerada de alcohol y ahora pretenden que los jóvenes adopten un consumo razonable. Se pasan la vida arrojando basuras al suelo, depositando excrementos en lugares públicos y ahora pretenden que la gente sea limpia y aseada, como si la culpa de todo lo tuviera el pobre contribuyente por no lavarse a cada momento las manos. Se pasan la vida con las urgencias masificadas y ahora que es necesario pretenden que la gente no vaya a ellas. Se pasan el día asustando a la gente con cifras apocalípticas de personas infectadas y luego pretenden que no haya alarmismo, que no acudan a los centros hospitalarios. Se pasan la vida sin poner coto al gasto irresponsable y ahora pretenden que no se acaparen bienes de consumo.

La gran mayoría de la población, afortunadamente, no ha conocido una pandemia ni ha padecido un conflicto bélico, y esperemos que no lo conozca. La llamada sociedad del bienestar ha favorecido el hecho de que, más que trabajar, hay que lograr una paguita o una subvención. Viajes continuos, vuelos baratos, alojamientos en oferta, vacaciones y segundas viviendas para todos, tarjeta de crédito para mantener el ritmo de vida, penalización del ahorro. Vivan el todo gratis y las actividades subvencionadas. El personal se siente una y otra vez engañado por los mandamases y la vulgaridad se halla instalada en las esferas del poder. El final de las civilizaciones viene siempre precedido por una histeria colectiva y el imperio del hedonismo. Se sabe perfectamente el alcance del problema y se aplazan las decisiones vaya a ser que tengan su coste electoral, lo único que le interesa a la mediocridad imperante. Que recen hasta los no creyentes, por si acaso sirve de algo.

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