NO me refiero al bello peine calado y decorado que sujeta la mantilla española, ni al estadio olímpico de Madrid, hago alusión a ese vulgarísimo gesto de desprecio que, cerrando el puño y dejando fuera el dedo corazón terso, se ofrece al concurrente. En estos tiempos últimos han sido varias las peinetas que han alcanzado notoriedad. La del ex presidente Aznar a un grupo de estudiantes que abucheaban el inicio de su conferencia. La del tesorero Bárcenas a la salida de un aeropuerto, que nos dedicó una Urbi et Orbi. Otra lectura tienen las de París, en un muro del museo Pompidou, donde en un gran panel publicitario Reporteros sin Fronteras el Día de la Libertad de Expresión denunciaban la desaparición y asesinato de periodistas a los presidentes de Corea, Rusia, Irán, China y Siria retratados todos estos en actitud de dedicar sus inmunidades al resto del mundo con una peineta. Haciendo memoria, aquí, por nuestros pagos, la peineta la conocemos como peseta.
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