La pequeña lectora

Soy escéptico hasta que veo que mis nietos no se duermen si no han leído o una niña me pide que le firme un libro

Crees que está todo perdido, pero de pronto ves ese rayo de esperanza que te hace pensar con más optimismo. Pasó el lunes pasado, cuando el de la fotillo de arriba estaba firmando ejemplares de su último libro. Había ido mucha gente a la presentación (lo que me llena de orgullo porque pienso que tengo muchos amigos) y la c ola para la firma de ejemplares era parecida a la que se forma en la panadería de La Herradura en cualquier día de agosto. Estaba en plena faena rubricante cuando de pronto, veo ante mí, a una niña de unos 10 años que viene acompañada de sus abuelos. Algo cohibida y con una preciosa sonrisa, me alarga el libro para que se lo firme. Me dice su nombre y quiere que yo le escriba unas palabras. Y yo le pongo algo así como que ojalá el libro que le firmo le ayude a ser una buena lectora. “Por eso no se preocupe –me dicen sus abuelos cuando leen la dedicatoria–. Es una auténtica devoradora de libros”. Entonces yo pienso eso, que aún hay esperanza en estos tiempos de móviles, tabletas, televisores y consolas. Hay esperanza de que habrá en el futuro personas que se emocionen leyendo una historia, que crean que con un libro en sus manos tienen un fragmento de vida, disponen de esa vida y, en una palabra, son más libres. Mi buen amigo Andrés Sopeña me dice que vamos para secta. Se refiere a que cada día se reduce el número de personas que se lo pasan pipa leyendo un texto impreso en papel. Sí, de acuerdo, se publica mucho, pero creo que se lee cada vez menos. Está claro que estamos inmersos en una recesión de la lectura. Vivimos en una época, lo he dicho más de una vez, que yo llamo del ‘picoteo’. Las nuevas tecnologías permiten que cada vez leamos textos más cortos. Los jóvenes lectores de pantallitas de móvil o tabletas solo se nutren de titulares. Un texto de quinientas palabras es mucho para ellos y la mayoría es incapaz de leer un artículo de opinión. Mucho menos un libro de trescientas páginas. Yo soy igual de pesimista. Creo, como mi tocayo del pensil, que los amantes de los textos literarios vamos camino de convertirnos en una minoría étnica.

Siempre soy así de escéptico con el tema de la lectura, excepto cuando compruebo que mis nietos no se duermen hasta que no han leído o viene hacia mí una niña y me pide que le firme un libro. ¡Qué alivio!

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