Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Tenemos los hombres, en general, la posiblemente merecida fama de tener las neuronas en la pichula. Tras la ruptura de relaciones del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, con la socialité hispano-filipina que más ha brillado en nuestro país, Isabel Preysler, el escritor ha mostrado su arrepentimiento y pesar por el abandono de la que fue su mujer durante más de medios siglo y madre de sus tres hijos. Lo ha hecho de la mejor forma que lo sabe hacer: escribiendo un largo relato en el que, mezcla ficción, realidad y sentimientos. Lo ha titulado "Los vientos". Y en él se culpa del error cometido por haber pensado con la pichula. Y de la pichula quería yo hablar.
Advierte el Nobel que el término no es usado en España, pero sí que es de uso común en Chile y Perú. Pero no se preocupe el maestro que, aunque no usado, es inteligible en todo el mundo hispanohablante. Dicen algunos que su origen puede estar en el inglés, en la expresión "piss tool" que se puede traducir como "aparato para orinar", pero más bien parece que provenga del español picha, concretamente que pueda ser una acepción despectiva del término. Los sinónimos de picha, "pene" y "polla" tendrían a su vez los despectivos "penucho" y "polluela" como sinónimos de pichula. Es una elucubración mía.
En el cuento, Don Mario se retrata como un anciano desmemoriado y pestoso que anda sin rumbo por un distópico Madrid acompañado de un amigo, Osorio, profesor de Filosofía, que es con quien charla y quién lo conecta con el mundo real. Dice de sí mismo que no le importa que le tengan por un fósil, ludita e irredento conservador. "Un pterodáctilo que se tira pedos por todas partes, debido a su incontenible aerofagia (de aquí el titulo "Los vientos"), y se mancha de caca los pantalones.
¿Por qué se flagela de esa forma el genio? Dice el escritor que su pichula le llevó a un enamoramiento violento y pasajero, a una locura que le arrebató para siempre la felicidad. Pues ciertamente que no debió pasarlo mal porque el tiempo se le pasó volando. Para ser pasajero le duró ocho años. Y, además, que a cierta edad se le enamore a uno la pichula y pueda darle contento es una bendición de Dios ¡Hombre! ¿A qué viene atribularse de esa forma? Hay que considerar que también tuvo algo que ver la contraria. Digo yo. Si hasta al púdico y recto Pantaleón se le enamoró la pichula de una visitadora, "La Brasileña" ¡Lo sabrá Vd., Don Mario, mejor que nadie que fue quién lo escribió! Mire su error no fue tal, fue una aventura de la que se debe sentir orgulloso. Aprenda de nuestro rey emérito Don Juan Carlos cuya pichula de tálamo inconstante dejó el pabellón hispano bien alto. Fíjese, que yo que fui un republicano de toda la vida, lo admiré tanto que he acabado siendo juancarlista y, a la postre, el republicano más leal y fiel que tiene la monarquía española. Don Mario, Ud., como él, son dignos de admiración y hasta de envidia.
Y no se martirice por lo de la caca. A cierta edad todos llevamos manchados los gayumbos. Los muelles se aflojan con la edad, tanto los delanteros como los traseros. Es ley de vida. Pero, mientras la pichula se enamore, a darle alegría, como Macarena a su cuerpo.
También te puede interesar
Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Moreno no sabe contar
Crónicas levantiscas
Feijóo y otros mártires del compás
Lo último