SEGÚN Jueces para la Democracia la intención del ministro Ruiz-Gallardón de eliminar el aborto eugenésico "supone un ataque contra los derechos de las mujeres". Ni comparto tal criterio, ni puedo entender cómo personas versadas en leyes simplifican un conflicto tan delicado e ignoran el contenido de nuestro propio ordenamiento jurídico.
El artículo 10 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, en vigor en España desde el 3 de mayo de 2008, establece: "Los Estados Partes reafirman el derecho inherente a la vida de todos los seres humanos y adoptarán todas las medidas necesarias para garantizar el goce efectivo de ese derecho por las personas con discapacidad en igualdad de condiciones con las demás". Su mandato es, pues, claro: la condición de discapacitado no puede alentar medidas discriminatorias, ni mucho menos fundamentar una tan radical como la privación de la vida misma.
Desde hace años, vengo denunciando que los avances en la diagnosis y la transmutación del derecho inalienable a la vida del feto en derecho libremente disponible de la madre -ése es para mí el inmenso error de fondo- conducen a un auténtico exterminio eugenésico que, a mi juicio, implica un grave retroceso social y moral. Concedo que hay patologías complejas; pero otras, por tener consecuencias previsibles, presentan muchas menos aristas. La drástica caída, por ejemplo, del número de nacidos con síndrome de Down, un éxito según algunos, esconde una aplicación perversa de las opciones normativas. Y es que el dato asusta: el 80% de los embarazos en los que se detecta dicho síndrome acaban interrumpiéndose. No importa que los críos con esa característica pueden llegar a ser tan felices y provechosos como cualquiera: mueren en la orilla de una existencia que se les niega en nombre de la normalidad y del progreso.
A mí me parece que los siglos no pueden pasar en balde: entre la Esparta que examinaba a sus hijos recién paridos (y que, de no ser hermosos y bien formados, por considerarlos bocas inútiles y una carga para la ciudad, los despeñaba desde el monte Taigeto) y la sociedad del siglo XXI tiene que haber un espacio nítidamente reconocible de civilización. Por desgracia, en cambio, diríase que nada ha cambiado, que sólo hemos adelantado en el protocolo y en los plazos del genocidio. A mayor gloria del imperio de una muerte que a tantos atrae, enardece y excita.
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