La otra política

17 de mayo 2025 - 03:10

Murió Pepe Mújica y con él se acabó la fascinante vida de uno de los políticos que más creyeron en la posibilidad de otra política, de otra sociedad. Por decirlo en palabras de Joan Subirats, ‘la democracia no puede ser solo vista ya como una forma más de gobierno. La democracia es algo más. La democracia es una forma de entender la sociedad. El gran objetivo de la democracia debería ser el de construir un mundo capaz de incorporar a todos. Cada uno desde lo que es. Una democracia inserta en un mundo que no se obsesione en seguir creciendo despreciando las consecuencias que ello tiene. Una democracia en un mundo que permita la reconciliación entre sujeto y naturaleza. Un mundo común. Si queremos una democracia viva, si queremos una política compartida, necesitamos espacios y oportunidades que permitan debates abiertos, donde se construyan ideales y visiones también compartidas. Espacios en los que todos y cada uno puedan intervenir. Esas son las bases para poder hablar de ciudadanía, de inclusión social, de una nueva relación con la naturaleza. En definitiva, una sociedad en la que vale la pena vivir’ (Joan Subirats, Otra Sociedad, otra política, Icaria, Barcelona, 2011, pags. 5-6).

Estos días los medios y las redes exhiben sus frases y elogian esa elocuencia tan suya de filósofo estoico que entiende todo el mundo, que disertaba desde su humilde chacra, esa casa sencilla donde ha vivido siempre hasta sus últimos días. Lo que llama la atención de Pepe es, por un lado, la evolución. Pasó de ser un tupamaro y de creer en la lucha armada y por años de cárcel, fugas y los dilemas de un terrorista en contra de la dictadura a convertirse en un político de izquierdas que hizo una carrera política en democracia hasta llegar a ser presidente de Uruguay. No cualquier presidente: el presidente más votado de su país y un hombre de consenso durante los cinco años de su presidencia, que impulsó leyes y reformas importantes: legalizó el aborto, el matrimonio igualitario y reguló el comercio y el consumo de marihuana. El mundo comenzó a fijarse en Uruguay.

En cualquier caso, después de su presidencia y del ocaso de su vida política, Pepe Mújica constituye un ejemplo de coherencia del político que ha representado ser siempre, un hombre sencillo que no necesita demasiado para vivir y que renuncia, por tanto, a los privilegios y comodidades de la clase política. Pertenece a una izquierda, que, como André Gorz, sostiene que es mejor ‘trabajar menos y trabajar mejor’, a lo que hay que unir esos diálogos propios de un Séneca montevideano, en los que se define como estoico. La política para Pepe Mújica no era vivir de la política para vivir mejor –como algunos políticos que conocemos– sino un medio para conseguir que todos vivamos en una sociedad mejor. Le echaremos de menos.

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