CON el paso de los días se van encajando las piezas del puzle, afilándose posiciones ambiguas y ambiciones no tanto, y lo que parecía una endiablada composición del nuevo Parlamento salido de la urnas sin otra salida que la convocatoria de elecciones allá por mayo, va tomando forma de acuerdo forzado entre los partidos de izquierda con la complicidad sonriente y oportunista de los nacionalismos periféricos bajo el débil liderazgo de quien, oh paradoja, ha obtenido los peores resultados de la historia. No hay que ser muy avispado para ver que debajo del disfraz amable del cambio y del progreso lo que en realidad hay es la voluntad indisimulada de quitar el poder a Rajoy, o sea, a la derecha.
El cambio generacional está transformando algunas cosas y relativizando otras, como el bipartidismo y el derecho a decidir, pero no la dialéctica que sigue guiando nuestra visión de la política, la de derecha-izquierda de toda a vida. Por un momento pensamos que sería posible dar paso a otras dialécticas hasta ahora no exploradas (reforma-ruptura, estabilidad-inestabilidad, constitucionalistas-secesionistas…) alentadas por apelaciones a una gran coalición al estilo alemán propugnadas por referentes de la política como Felipe González con la complicidad de la banca y las instituciones europeas.
Posiblemente sería lo sensato, lo pragmático, incluso la opción querida por la mayoría de los españoles, incluido muchos socialistas que ven impotentes como su líder toma la calle contraria. Pero esto no es Alemania, ni Inglaterra, ni siquiera Portugal, y ya desde el primer momento se vio que no hay el menor interés en llegar a acuerdo alguno en este sentido, y todo el empeño (va el cargo en ello) está en pactar hasta con el diablo si es necesario. No corren buenos tiempos para la Constitución ni para la ley electoral, posiblemente lo primero que se reforme, y ya verán como muchos que hoy la critican serán los primeros en encargarles las misas de réquiem.
Ese mismo Partido Socialista que no hace demasiado tiempo ejercía de dique de contención contra las veleidades secesionistas de vascos y catalanes, y que tan importante ha sido en su labor de moderación y estabilidad, parece decidido a jugarse la carta incierta del pacto disfrazado de cambio con radicales y separatistas. Si malo es que con esta decisión se asomen demasiado al precipicio, mucho peor que nos arrastren a todos detrás.
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