Mi abuelo apoyaba la cabeza en el bastón y nos veía correr, jugar y siempre molestar. Lo recuerdo en Escúzar, en la casa al lado de las eras, antes que mi tío hiciera un cortijo con su capilla en medio del secanal que parecía no tener fin hasta donde se veía la Cruz Mocha. Madrugando mucho. Con bastón y sombrero. Siempre se lo quitamos para imitarlo, para burlarnos de él como si no hubiera un mañana. Se enfadaba, pero incapaz de regañarnos. A lo más, aquello de "mira, niño…". Nunca olvidé su sonrisa. Ni su calva. Compartimos operación en la misma habitación del hospital 18 de Julio por el barrio de la Magdalena. Le vendía estampas de futbol a peseta. Al día siguiente, las recompraba por dos reales: "Vaya negociante estás hecho… llegaras lejos…". No sé lo que es aún. Quizá no sea cuestión de edad. De ser así, muchos seríamos abuelos apenas cumplir los cuarenta. No sé lo que sienten, ni cuánto padecen. Sólo que en ellos, la arruga también es bella, y que cada vez están en mayor número a la puerta de un colegio. Trayendo y llevando. Trayendo y llevando. En una esquina, de lejos, sintiendo que, de no ser porque sus nietos no entienden de barcos, allí sobrarían. Que no es su guerra. Que lo fue, pero quedó muy atrás. Que darían lo que fuera por recuperarla, pero que el paso del tiempo tiene esas cosas. Ayer me decía un buen amigo que sus mejores hijos han sido los hijos de sus hijos…

Llevar y traer. Como se llevan las actas que firmamos en la vida, las que nunca supusimos ni remotamente veríamos marchitarse. Ahora no. Ahora regalan todo su tiempo, sintiéndose afortunados por la prórroga en que transitan sus destinos. Desde la irresponsabilidad, por supuesto. Sintiendo que nunca serán padres a tiempo completo, pero que a estas alturas tampoco lo necesitan. Les basta la sonrisa de sus pequeños, el diminuto halo de vida que recogen sus ásperas manos para decirles, "vamos abuelo, llévame al cole", para sentirse orgullosos de aquel que para ellos siempre será su libro abierto.

Abuelo es ayudar. Abuelo es acompañar. No. Abuelo no es solucionar, ni suplir, ni castigar. Abuelo es apoyar, es dar, es ese amor incondicional que no distingue y que entrega cuanto le queda, generosidad hasta el extremo. "Uno de los apretones más poderosos del mundo es el de la manita de un nieto recién nacido en el dedo de su abuelo" (Joy Hargrove). Regalando tiempo, cumpliendo sueños, sonriendo a lo lejos, velando por una historia, la de sus nietos, que siempre debería correr llena de risas e ilusión. Falta mucho para soltarse de sus manos, para transitar solos, para rellenar a solas el libro de su vida, para que el destino les muestre el camino que deben andar sin su compañía. Siempre serán una maravillosa mezcla de risas, besos, historias y mucho, muchísimo amor. Hasta ese día, mientras… abuelos. Increíbles. Viendo como la vida, la suya, la de tantos años, vuelve a dar vida a cambio de nada. Abuelos.

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