Tinta con limón

josé L. Malo /

Sí... ¿quieres?

MATRIMONIO: realidad virtual de la pantomima, contrato de blanco y chaqué, alquilarle un edén de diez horas al amor.

2015 es un año intenso de bodas en el entorno de un servidor. A mí alrededor tengo personas que tendrán que asistir a siete (pobrecillos); enlaces que compartirán un amplio número de invitados, convertidos más bien en ese público que va rotando por los distintos programas de televisión, y otras que irán alternando bautizos, bodas y comuniones para recordarnos que el tiempo nos ha dado otro mordisco de dragón.

Tras muchos años aprendiéndolas y disfrutándolas como invitado, toca ponerse en el epicentro. Se aprende mucho desde este lado. Sobre todo, que una boda es el fiel reflejo de cómo es la pareja y su interrelación con los demás. Hay quien se casa por convención social. Porque una película de Disney o Sexo en Nueva York le metió en la cabeza unos ideales innegociables. Porque hay que darle el gusto a papá o mamá. Por regularizar y parapetar legalmente la situación familiar. Por tener la brillante idea de que así se puede arreglar una crisis gorda de pareja. Por figurar blanca y radiante o de blanco y morenito. Incluso, hay quien se casa porque se quiere. Y, tras oír tantas veces el agobio que es una boda, los problemas que surgen con las familias o los armisticios que hay que firmar para ordenar las mesas, vengo a reivindicar lo que supone disfrutar organizando una boda. Que empieza y termina en las dos personas protagonistas y son ellas quienes eligen cómo hacer fluctuar a las demás en torno a ella. He presenciado bodas horribles, con los novios juntos sólo mientras estaban obligados a sentarse al lado en el altar o con familiares de primera línea de consanguineidad apartados en un rincón sin pasárselo bien.

Pero también bodas originales que simbolizan a la perfección la unión que sienten esas dos personas. Que huyen de obligaciones y tradiciones para convertir ese día de fiesta en lo que realmente debería ser, un altavoz para decirle a los más allegados lo felices que son esas dos personas en pareja y lo agradecidos de poder compartirlo a lo grande con ellos. El matrimonio no hace el amor del mismo modo que una casa no hace la convivencia. Las calles están llenas de pisos o chalés decorados por terceros o al gusto de una sola persona. Y el calendario está harto de bodas prefabricadas cortadas por el mismo patrón. Una boda es ponerle una bandera, un himno o un color a una relación. Y preguntarse antes del "Sí, quiero" si uno de verdad quiere y cómo lo quiere.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios