A rajatabla

Las revoluciones se hacen a golpe de BOE y los conservadores resisten emboscados en el anarquismo

Entre las mil excusas para rendirse, la peor es afirmar que se obedece porque "lo dice la ley". Si a uno le gusta dejarse avasallar, que diga que es partidario de la servidumbre voluntaria o de las ollas de Egipto, pero que no nos venga con la pirámide de Kelsen. Lo digo ahora por los dictados de la Memoria Histórica, sí, pero también en general.

Habiendo sido el positivismo jurídico la excusa predilecta de los nazis (véase La banalidad del mal de Hannah Arendt, que también se podría leer como la bestialidad del probo funcionario) da yuyu que se use como argumento moderado. La modernidad nos trajo una inversión inquietante: las revoluciones se hacen a golpe de BOE y los conservadores resisten emboscados en el anarquismo irónico y quintacolumnista.

Pero no me quedo en la reductio ad Hitlerum. Asombra que los autómatas del positivismo no vean a su alrededor que muchísimos otros se saltan las leyes a la torera (incluyendo políticos y gobernantes, los primeros) amparándose en la superioridad moral de su ideología y en el laberinto normativo. No está nada clara nunca la ley que aplica ni el ámbito competencial y, antes que hacer bovinamente lo que te exige el último decreto, lo honesto -también jurídicamente- es agotar recursos, retrasos y resistencias posibles. Por orgullo personal de pueblo soberano, yo me negaría a obedecer la ley más dócilmente que quien juró cumplirla y hacerla cumplir y, además, cobra por ello, pero pasa la ley por las horcas caudinas de su arco del triunfo.

Una excusa para el cumplimiento puntilloso podría ser la rebelión retrospectiva, esto es, que quien cumple contra su conciencia exigiese que esas normas a regañadientes se corrigiesen a la primera de cambio. Pero hubo cambios políticos y eso no pasó. Los que dicen que cumplen por imperativo legal se refugian en el condicional, pero se pasan al subjuntivo en cuanto podrían usar el presente de indicativo. Dejan las normas sin tocar.

Al final nos queda el nobilísimo uso de la objeción de conciencia. Que se recogiese una objeción de conciencia para la mili cuyas consecuencias eran más livianas que el cumplimiento del servicio militar ha viciado la comprensión que en España tenemos de la objeción. Ésta suele ser esforzada, heroica y no venir reconocida por la ley, sino todo lo contrario: acompañada de multas, ceses y dimisiones, como poco. Es el último baluarte de la dignidad personal y no lo usamos.

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