
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
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La ciudad y los días
Camilla Läckberg, a la que unos llaman la reina de la novela negra escandinava y otros la reina de la novela negra europea, fama que se ha ganado desde que publicó en 2002 La princesa de hielo hasta alcanzar el récord de vender 40 millones de ejemplares en más de 70 países, ha dicho durante la promoción en Madrid de su último libro, Sueños de bronce (Planeta): “Ser la nueva Agatha Christie es el mejor cumplido que he recibido jamás”. Inteligente, justa y desprejuiciada Läckberg. Me alegra leer este elogio de una reina actual a la emperatriz de la novela detectivesca.
La perennidad de Agatha Christie ha superado prejuicios y desprecios. Hace 105 años que publicó su primera novela –El misterioso caso de Styles– y sigue editándose y leyéndose. Ya, me dirán, y la Ilíada sigue publicándose 29 siglos después y el libro de ficción más vendido de la historia –El Quijote– fue escrito hace 420 años. La diferencia estriba en que las novelas de Agatha Christie fueron escritas para nacer y morir, ser publicadas en modestas ediciones de bolsillo y ser vendidas tanto en librerías como en quioscos de prensa y de estaciones de tren.
El imperio de Agatha Christie, autora de la novela de misterio más vendida de la historia –Diez negritos, 1943, más de cien millones de ejemplares– y de la obra de teatro que más tiempo ha estado en cartel en todo el mundo –La ratonera, desde 1952 hasta hoy salvo una interrupción por el Covid– no solo ha vencido ese carácter efímero y ligero, también el desprecio de quienes consideraron autoras menores a las reinas de la llamada edad de oro de la novela detectivesca femenina inglesa, en cuya cumbre tengo a las muy distintas entre sí Agatha Christie, Dortohy L. Sayers, Margery Allingham y Josephine Tey, las dos últimas regalos inapreciables de las editoriales Impedimenta y Hoja de Lata. ¡No dejen de leerlas!
El prestigio de la novela negra americana y el de sus herederas inglesas duras como Patricia Highsmith o P. D. James las convirtió en abuelitas simpáticas pero olvidables. Solo Agatha Christie sobrevivió. Una injusticia que el tiempo y las recuperaciones editoriales han remediado. Hoy se encuentran ediciones de todas ellas y, en alas feministas, de otras escritoras detectivescas victorianas y eduardianas. Y la reina Läckberg considera el mejor cumplido ser comparada con la emperatriz que creó a Poirot y Miss Marple.
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