Nuestra reina

En términos estrictos, Letizia está siendo una funcionaria del Estado ejemplar. Su labor como reina es impecable

Después del empacho sufrido a causa de la muerte y funeral de Isabel II, me van a permitir un arrebato patriótico para recordar que nosotros también tenemos Reina. Incluso dos, pero me referiré a la esposa del Rey y no a su madre. Empezaré por una declaración que no deje dudas al respecto. Creo que Letizia Ortiz está haciendo un trabajo impecable. Y eso es algo muy meritorio, puesto que tiene la tarea más complicada del país. Veamos. Es evidente que desde el primer momento ha contribuido a modernizar la imagen pública de la casa real; ante situaciones complicadas ha sabido permanecer neutral incluso en mayor medida que su marido; y ha logrado mantener su vida personal al margen de comportamientos inadecuados. En términos estrictos, está siendo una funcionaria del Estado ejemplar. Y ello pese a los muchos detractores que ha tenido y tiene. Unos por no soportar su origen plebeyo; otros por su altanería y carácter nervioso; los más por ser incompatibles con la monarquía como fórmula para la jefatura del Estado. A ninguno de ellos les ha ofrecido material para sustentar sus críticas. Siempre ha hecho lo que había que hacer y sin alardes innecesarios.

Es verdad que se intuye en ella una fuerte disputa entre los días en los que quiere ser Reina con todas sus obligaciones inherentes a dicha condición; y aquellos en los que desea ser Letizia Ortiz, una mujer libre de ataduras, protocolos y con ganas de vivir como lo hacía antes de casarse. Letizia no es "una profesional" como su suegra, sino alguien a quien sus debilidades la hacen más humana y menos fría y distante que Doña Sofia.

Desconozco si es feliz, deseo que así sea, pero de eso nada se sabe. Pero sí que los actuales monarcas están cumpliendo con el complicadísimo papel que la Constitución avalada democráticamente por una mayoría de españoles, les otorga, y eso es un logro en un país en el que no todas las instituciones pueden decir lo mismo. Su difícil trabajo no admite relajo, ni jubilación, y será mirada con lupa hasta el último de sus días. Una tortura para cualquiera, que merece el aplauso cuando se hace bien. A la Reina, como a todos nosotros, las sonrisas le sientan mejor que la seriedad que en ocasiones se ve obligada a mostrar. Algunos la ven entonces como antipática, pero sospecho que se equivocan y confunden la máscara a la que le obligan las circunstancias con su auténtico rostro, que no es otro que el de una persona normal viviendo una vida extraordinaria.

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