En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Si hay algo que me inquieta de lo que pasa ahora es esa sensación de barullo y en ese desorden que vivimos en todos los órdenes, la pérdida del estilo. Todo el mundo habla, pero nadie escucha y no abundan, precisamente, las buenas razones por encima del griterío. Lo vemos en la política, pero también en una sociedad cada vez más tensa y enfadada, cada vez con más prisa y sumida en la exigencia de la más absoluta inmediatez. Pronunciamos mucho la palabra empatía, pero casi nadie, las palabras por favor y gracias para pedir algo.
Aunque, afortunadamente, hay bastante gente que ha aprendido que leer y viajar son una escuela para la vida, en general, y de tolerancia y cosmopolitismo, en particular en general, ahora vivimos en una sociedad donde incluso se presume sin pudor de no leer y muchos de los que viajan recorren miles de kilómetros para llegar a casa sin enterarse de nada y decir que como en casa en ningún parte.
Hasta hace no mucho tiempo, se decía que saber escuchar y saber mirar eran virtudes adecuadas para la escuela de la vida. El poeta Gerardo Diego decía ‘me dedico al oficio de mirar’. Ahora, el problema es fijar la mirada y el oído ante tantos estímulos. Resulta tan difícil elegir un libro o un nuevo disco cuando hay tanto para elegir y además la crítica no deja de contribuir a confundirnos con la aparición de una nueva obra maestra cada semana.
Hace poco, un columnista que aprecio, Aldo Conway escribió algo interesante sobre la elegancia: ‘Diría que la elegancia es una cortesía hacia el otro y hacia uno mismo. Quien habla con elegancia no pretende destruir; quien observa con elegancia comprende la vulnerabilidad ajena; quien decide con elegancia acepta que el universo no está hecho a su medida. Tal vez sea una de las pocas virtudes que no requieren esfuerzo: basta con no ejercer la tiranía del yo sobre cada circunstancia. También es una forma de justicia: es la manera de no aplastar con la fuerza de la propia convicción al otro; por eso la elegancia en el disentimiento es la prueba más elevada de civilización. Pero una vez descrita, echémosla de menos porque será la elegancia la que nos salve de nosotros mismos’.
La elegancia sería esa cortesía hacia el otro y hacia uno mismo, que impide que caigamos en el yo supremo del egocentrismo y que permite la convivencia, el diálogo y la buena educación. Si alguna vez queremos epatar, sigamos a Moschino, ‘Si no puedes ser elegante, sé al menos extravagante’, pero de verdad, de verdad: reivindiquemos el estilo…y seamos elegantes.
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
La ciudad y los días
Carlos Colón
Lo único importante es usted
Ángel Valencia
Reivindicación del estilo
Por montera
Mariló Montero
Se acabó, Pedro