La resurrección de Carlos III

Cuando el presidente del gobierno dedica sus esfuerzos a hacer campaña lalgo parece estar fallando

A mediados del siglo XVIII fue un Borbón, el rey Carlos III, el que trató de modernizar el Reino arreglando todos los alrededores de su casa. Fue tan intensa su labor en la Capital que el resto de los españoles se sintieron abandonados y menospreciados, provocando sucesivas revueltas en muchas de las restantes provincias. Por ello, y antes de ser expulsado de España, se le concedió el beneplácito de "mejor alcalde de Madrid". Desde entonces los gobernantes de este país parecían tener claro cuales eran las responsabilidades para las que habían sido elegidos y sabían delegar en cada municipio o región sobre el resto de sus compañeros de partido.

Pero cuando el presidente del gobierno, de algún país no muy lejano, dedica sus esfuerzos nacionales e internacionales a hacer campaña en ciertas votaciones locales, algo parece estar fallando en esa democracia. Y si encima sus propios vicepresidentes y ministros lo abandonan para enfrascarse también en estos procesos electorales, el resto del país queda abandonado a su suerte. Hacer declaraciones sobre Madrid desde Senegal, o decir sentirse como uno más de los habitantes de Vallecas, viviendo cómodamente en Galapagar, son mensajes demasiado vacuos e infantiles en toda campaña electoral. Se espera un poco más de altura de miras y de sinceridad en los grandes gobernantes, acompañando sus declaraciones con datos que las avalen, en vez de dejar a sus correligionarios sin saber que decir. Y, sobre todo, si alguno se quiere levantar del trono y bajar a la arena, que lo haga desde un principio, porque así sus compañeros de partido no sentirán que le están calentando el sillón a otros y, sobre todo, el resto de los ciudadanos sabremos que los que nos gobiernan no lo hacen solamente a tiempo parcial.

Es lógico que cualquier directivo de una empresa, ante un problema aislado, trate de resolverlo. Pero cuando no es capaz de repartir el trabajo y se enfrasca en sentirse imprescindible en toda resolución entonces ese dictador, que muchos esconden en su interior, surge con luz propia. De ahí que toda organización democrática deba evitar dichas bravuconadas, sobre todo si quiere conservar la salud física y mental de sus dirigentes. Y el resto de los ciudadanos estar siempre vigilantes, porque como diría Albert Camus: "La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas".

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