En tránsito
Eduardo Jordá
¿Por qué?
No tiene con quién compartir penas ni alegrías, se ha quedado sin interlocutor a los que hacer confidencias, ni recibirlas; las preocupaciones solo puede analizarlas consigo mismo, y es muy probable que cada vez que se entrevista con alguien que forma parte de su vida desde hace décadas, se pregunte si no guardará en algún bolsillo un móvil o un artilugio más sofisticado con el que está grabando la conversación.
Sus mejores amigos de la política, que además eran consejeros, asesores y depositarios de sus sentimientos más íntimos, han desaparecido. A unos los echó cuando empezaron a surgir discrepancias; a la mayor parte de los que mandan no les gusta que les digan verdades como puños cuando esas verdades no son positivas ni tranquilizadoras. Iván aspiraba a más de lo que le quería conceder; con Ábalos llegó un momento en el que eran tantas las alertas sobre su comportamiento personal que no tuvo más remedio que prescindir de él. Se garantizó su silencio incluyéndolo de nuevo en la lista al Congreso, aunque Ábalos aspiraba al Parlamento Europeo. Luego llegó lo que llegó y fue dado de baja de militancia.
Le ha fallado Cerdán, por el que puso la mano en el fuego. Y también, y sobre todo, le ha fallado Paco Salazar, que llevaba tiempo ejerciendo, desde el gabinete de Moncloa, como secretario de organización del PSOE sin serlo. No hizo caso a las advertencias sobre su comportamiento con las mujeres en Moncloa y Ferraz, hasta que fue tan amplio el clamor que obligó a Sánchez, con dolor y preocupación, a cesarle. Después tuvo que cesar también a su segundo de a bordo.
Le preocupa Koldo, de quien dice que lo conocía más o menos. Koldo, con su manía de grabar todo, ha provocado el descrédito del sanchismo y ha puesto contra las cuerdas a Pedro Sánchez. No cuela eso de que no eran tan amigos, o que desconocía cómo Ábalos y Koldo se dedicaban al sexo pagado; mientras Cerdán, según demuestran algunas grabaciones que un tribunal da por buenas y sigue investigando, se dedicaba a cobrar comisiones a cambio de conseguir obra pública para sus “clientes”.
Da pena. La soledad del perdedor ha dado para mucha literatura, pero la del ganador debe ser muy dolorosa. Tanto poder, y no poder tomar una copa con un amigo de los de verdad, porque no te queda ni uno. O porque llega un momento en el que ya no confías en nadie.
No renuncia a terminar la legislatura, ni renuncia a intentar regresar a Moncloa tras hacer la travesía del desierto de la oposición si llega el caso. No se da cuenta de que si pasa a la oposición, se va encontrar aún más solo que estos días amargos: unos le harán responsable del fracaso electoral y otros se cuidarán de acercarse a él porque da mal fario. Todos los que le empujaron en su exitosa carrera política han quedado marcados, para mal, por los siglos de los siglos.
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