Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
La ciudad y los días
La casa de un hombre es su castillo y el señor de ese castillo, por mucho que lo asedien los malos gobiernos, soy yo y es usted. Lo escribí antes de las elecciones que solo podían tener dos malos resultados: el cogobierno del PP con Vox o el cogobierno del PSOE con Sumar y los apoyos de Bildu y ERC. Era muy improbable que el PP pudiera gobernar solo e imposible que lo hiciera el PSOE. Los extremismos populistas y los nacionalismos independentistas entrarían necesariamente en lo que las urnas decidieran. Como todo puede ir siempre a peor el resultado ha metido en la ecuación a Junts y la noche electoral se cerró con la celebración guerra civilista del “no pasarán” en una calle Ferraz convertida a la vez en una caricatura del Madrid de 1936 y una discoteca hortera (difícil imaginarse a Ibárruri presa de la fiebre de bailoteo que poseyó a Montero).
“Que nuestros heroicos antifascistas vayan a gobernar gracias al apoyo de un señor que huyó de la justicia en el maletero de un coche –escribía ayer el compañero Jordá– es uno de esos asombrosos giros de guion que la realidad política española se complace en regalarnos cada poco tiempo”. No mucho más podía esperarse de tan mediocre momento político en el que Feijóo y Sánchez lideran los dos partidos mayoritarios.
La frase a la que aludía –originalmente A man’s home his is castle– se debe a Edward Coke (1552-1634), jurisconsulto y parlamentario de inmensa influencia en el establecimiento de la moderna democracia inglesa –iniciativa suya fue la Petición de Derechos de 1628– que culminaría con la Declaración de derechos de 1689. La frase reconocía el derecho a no dejar entrar a los hombres del rey sin una causa legalmente justificada. Es el principio recogido tres siglos después en el artículo 18 de nuestra Constitución: “El domicilio es inviolable. Ninguna entrada o registro podrá hacerse en él sin consentimiento del titular o resolución judicial, salvo en caso de flagrante delito”.
Pues lo mismo puede decirse de los tiempos políticos mediocres y borrascosos –mejor: borrascosos por mediocres– que tenemos que aceptar democráticamente y padecer, pero de los que también podemos, en la medida de lo posible, protegernos con ese gesto propio de los momentos de baja política que en la gran crisis de finales de los 70 y principio de los 80 los italianos bautizaron como “riflusso nel privato” (retirada a lo privado).
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