Mire (como Quevedo) los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados". Pues ni los restos quedan porque nos los han robado. Igual que nos han robado la esperanza, la ilusión, la confianza, la fe, las convicciones, la tranquilidad y el ánimo para afrontar el futuro. ¿Qué crédito se le puede conceder al partido gobernante cuándo su portavoz, la señora Montero, declara que lo que les une a la separatista y antiespañola Izquierda Republicana de Cataluña es el "amor a España"? Si el PSOE ama a España del mismo modo que ERC, el mayor peligro que corremos los españoles no es el Covid-19, es el PSOE. ¿Qué futuro nos aguarda si, además, gobierna con un partido, Unidas Podemos, que ampara a los secesionistas y considera demócratas a pro-etarras y separatistas?

La democracia española ha derivado en una partitocracia en la que los personalismos imperan dando a luz a una serie de dirigentes demagogos, arribistas políticos y mentirosos populistas que engañan al pueblo con promesas que nunca se cumplen. El tan cacareado Ingreso Mínimo Vital no llega a quienes lo necesitan. Ni se cumple la Ley de Dependencia. Ni funciona la Administración. Ni la Justicia, ni nada de nada. Pero nada antes de la excusa del Covid-19. Nos gobiernan políticos de tres al cuarto. Indecentes que no tienen el más mínimo pudor en hacer lo contrario de lo que predican y en desdecirse sin rubor cuantas veces les venga a bien para conseguir su único y exclusivo objetivo de permanecer en el poder.

España se ha convertido en el vivo retrato de la Atenas que Aristófanes nos muestra en su comedia "Los caballeros". Claro que la cuestión, en esta España, reside en cuántos españoles hay que hayan leído dicha obra, o lo que es peor ¿cuántos hay que sepan quién fue Aristófanes? Pues yo se la cuento y ustedes deciden si el retrato es más o menos aproximado.

En su comedia, Aristófanes (Atenas, 450-385 a.C.), hace una crítica de Cleón (Paflagonio en la obra) que llegó a ser el hombre más poderoso de Atenas tras la muerte del gran Pericles, curtidor de oficio y de escasa formación aunque buen orador y mejor demagogo. No sin echarle un par de bemoles, Aristófanes que fue coetáneo, lo puso de chupa de dómine en esta comedia, como persona y como dirigente político. A Plafagonio le acompañan Demos que representa al pueblo de Atenas, al que retrata como inculto, tonto, fácil de engañar e inconstante y sus siervos, Nicias y Demóstenes, que fueron dos generales de la Guerra del Peloponeso.

Dado que Paflagonio maltrataba a Demos, oprimiéndole y engañándole continuamente, sus siervos buscaron a alguien para sustituirlo y encontraron a Morcillero, un vendedor de morcillas sin formación alguna, que aceptó el encargo. Ambos, Morcillero y Paflagonio, se enzarzaron en un sinfín de trifulcas, insultos y amenazas que degeneraron en una pugna por demostrar quién de los dos tenía el mayor grado de estupidez y el más alto nivel de grosería. Al final Demos decidió cambiar a Paflagonio por Morcillero y éste envió a su rival vencido a sustituirle vendiendo morcillas. En el retrato, el Demo español debería mandarlos, a los dos, a freír morcillas.

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