Como le digo, doña Rosita, ya está aquí la Feria. Y es que el comienzo del regocijo lo anuncian dos hechos que imperturbablemente se repiten todos los años con la misma monótona rutina: la travesía a nado del puerto, con el Sr. alcalde a la cabeza en bañador y gorrito de goma, y su bando municipal. O casi todos. Porque el primero, no ha contado este año con la participación de la máxima autoridad, que anda resfriado. Y eso que él no es de andar por ahí luciendo pectorales. Que ya sabemos que no es cosa de gente de bien y sienta mal a casi todos. Por eso, en esta ocasión, y aprovechando el segundo de los acontecimientos, ha vuelto a insistir en que no transitemos por la vía pública con el torso desnudo. Que la travesía a nado solo es una mañana, y en el puerto. Bueno, esto último no lo ha dicho, pero es posible que lo haya pensado. Se ha limitado a rogarlo al final del bando. Que la semana larga de feria no es tiempo de dar los mazazos que no se dan el resto del año y mucho me temo que le van a hacer el mismo caso que le hizo el que, hace cuatro, vino a la farra con el trikini de Borat. Y es que, si la temperatura ambiente es la única limitación para que el final de fiesta de una noche de sábado no acabe con la camiseta al hombro, va de suyo que en Feria solo queda encomendarse a San Judas Tadeo y mirar al cielo. Donde según las horas y calles, es posible localizar algún apartamento turístico donde seguir a fiesta.

Y el caso es que se lo reconozco, doña Rosita: todas las ciudades y pueblos tiene sus fiestas, y en cualquier lugar crecen habas. Pero aquí ya pedimos un evento todos los meses, como si el centro no fuera una feria todos los días. Que no le digo yo que esté mal, pero tampoco del todo bien. La otra tarde paseaba por la plaza de Uncibay cuando presencie como un grupo de mozalbetes habían atado a otro, que lucía pañales y la cara pintada, al poste de una señal con plástico de envolver alimentos. Por un momento dude. No sabía si se trataba de un grupo de artistas callejeros buscándose la vida como hace otros en calle Larios o una tribu de indios que iban a pegar fuego al desgraciado. Inmediatamente las camisetas que portaban a modo de uniforme aclararon la situación. Era una despedida de soltero y una pregunta me vino a la mente ¿en qué momento se dejaremos de ser Málaga para convertirnos en Magaluf? Del balconing, de momento, nos sala va la ausencia de fuentes.

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