Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Pasó el triste aniversario del referéndum que se celebró fuera de la legalidad en Cataluña el 1 de octubre de 2017. A pesar de los esfuerzos del independentismo para ganar apoyos en el exterior, nadie dio validez a la consulta. Aunque las críticas a la actuación de las fuerzas del orden fuesen generalizadas y, hábilmente manipuladas, desacreditaran la imagen de España. Todo fue una enorme chapuza. La efeméride ha sido celebrada por un independentismo dividido y crispado, con abucheos a la que fuera líder del movimiento y presidenta del parlamento cuando Puigdemont proclamó la breve República. El expresidente huido de la justicia, líder espiritual del secesionismo, sigue dando validez en su metaverso al resultado de la consulta y reclamando desde Bruselas todo el poder para el Consell de la República, que él preside, para vaciar de contenido las instituciones democráticas de la Generalitat. Tal división se escenificó el pasado sábado y ayer se confirmó la ruptura. Por todo ello, enterrado por asuntos de mayor urgencia y enjundia, el independentismo ha dejado de ser nuestro principal problema político. La estrategia gubernamental de tender la mano también ha dado sus frutos, cierto que haciendo virtud de la necesidad ya que los votos de ERC le son imprescindibles. Pero no hay duda de que Pedro Sánchez ha acertado manteniendo abierto, pese a los muchos reveses, el diálogo con el Gobern. Parece, según los expertos, que el trasvase de votos que detectan las encuestas del PSOE hacia el PP tenga que ver con todo este asunto. Pero el problema para el PSOE no es tanto esa fuga, algo que sería normal en una realidad menos polarizada, sino que los trasvases de votos sólo se estén produciendo en un sentido.
Lo ocurrido en Cataluña hace cinco años, además de los numerosos delitos cometidos, sobre todo fue un acto de inmadurez y gamberrismo institucional. Una revuelta que nunca pudo llegar a ser revolución: sus muchos partidarios querían una secesión sin molestias, como la separación de un matrimonio cansado. Pero lo cierto es que tanta irresponsabilidad costó muy cara y se pudo complicar aún más: hoy sabemos que, si la independencia hubiese durado algo más de los ocho segundos que tardó Puigdemont en dejarla en suspenso, el ejercito habría actuado en Cataluña. Ahora nos enfrentamos a otra forma de independentismo, el secesionismo fiscal, abanderado en esta ocasión por lo más granado de la derecha.
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