Estas dos palabras, que antes eran de uso corriente y ahora apenas se emplean, definen como pocas los dos principios contradictorios que anidan en el espíritu catalán. Advertía Vicens Vives (tomo la cita de un certero artículo de Juan Eslava Galán) que "la paradoja que sella el alma de los catalanes [nos presenta] por un lado laboriosos, constructivos, reposados, previsores, capaces de encontrar fórmulas adecuadas para el normal desarrollo de las relaciones públicas y privadas […] Y por otro lado [enajenados] por una actitud en la que se hermanan la exasperación y el sentimentalismo, como si se nos pusiera ante los ojos un tupido velo que nos deformara la visión y nos hiciera ver falsos espejismos".

Al arrebato de l'arrauxament, al andar falto de prudencia y actuar según caprichos irreales -y a la muerte del seny- hay que atribuir los constantes ataques del nacionalcatalanismo a todo lo que suene a español. El último, perpetrado sin gracia ninguna por dos supuestos humoristas en TV3, abismado ya en el infantilismo y en la memez del cacaculopedopis, manifiesta otra de las obsesiones de estos majaretas: insultar a los andaluces. Es lamentable el afán con el que denigran nuestra lengua, nuestra cultura, nuestras costumbres y hasta nuestra fe. Quizás no tanto para encolerizar a los andaluces de Andalucía, como para inocular vergüenza en los andaluces de Cataluña, de los que temen una fractura de la uniformidad nacionalista.

El mito de la superioridad catalana necesita de la nacionalización del extraño antes de que éste provoque la degeneración y destrucción de la ortodoxia estelada. Es en esa clave en la que hay que analizar el enorme esfuerzo para desarraigar a la masa de origen no catalán de sus símbolos, tradiciones y filosofías. Con gran éxito, debo añadir, dada la furia sobreactuada, suplicante y servil de tanto converso.

Y miren que me extraña porque, como señalara recientemente Álvaro Romero, desde una perspectiva histórica seríamos nosotros los que tendríamos muchísimas más razones para burlarnos de estos intelectualoides de tercera, catetos incapaces de reírse de sí mismos, que es el mejor síntoma de inteligencia.

Está uno harto de esta catalanidad de guardería, gamberra y malaje, ebria de una inexplicable autoestima. Asalvajados por la rauxa, enterraron con el seny lo mejor de un pueblo que languidece hoy, xenófobo, endogámico y alunado, en el aciago límite de la imbecilidad.

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