La esquina

José / Aguilar

Lo que significa aforado

29 de junio 2014 - 01:00

LA precipitación del PP en arreglar lo que se ha llevado años evitando afrontar con normalidad y la debilidad de Rubalcaba al final de su liderazgo en el PSOE han impedido que el aforamiento del Rey abdicado -más el de la reina Sofía y el de la nueva princesa de Asturias- se abordara como un complemento más del sistema democrático y se sometiera a un debate sosegado y enriquecedor (ese tipo de debates que parece cada vez más ajeno a los hábitos españoles).

Se ha aprobado, pues, el aforamiento de Juan Carlos I solamente con los votos del PP -y un par de añadidos minúsculos-, sin discutir sobre si alcanza a la vía civil o solamente a la penal y si la Jefatura del Estado merece estar aforada durante su ejercicio o con carácter vitalicio para su titular. Son aspectos que contemplan otras legislaciones democráticas y que se solucionan de manera distinta en unas y otras.

Aquí no. Aquí se echa mano de la mayoría absoluta, de una parte, y se rechaza visceralmente, de la otra, la mera consideración de hacer del Rey un aforado más, como los otros diez mil que en España son. Lo primero que se consigue es desorientar a los ciudadanos. Por ejemplo, acerca de qué es eso del aforamiento. Respuesta inmediata: un privilegio. Lo es, pero sólo en parte. Que el rey Juan Carlos esté aforado no significa que tendría impunidad si cometiera algún delito o falta, sino que su delito o su falta no sería instruida ni encausada por un juez predeterminado -como el resto de los mortales-, sino por un tribunal colegiado superior (en el caso que comentamos, el Tribunal Supremo de Justicia).

Este privilegio lo disfrutan, como digo, varios miles de cargos públicos españoles, entre ellos diputados, senadores, ministros, consejeros autonómicos, alcaldes, jueces y fiscales. Así que lo que se ha hecho es equiparar al Rey saliente con todos estos próceres, de menor rango y años de servicio público, con ese plus de protección jurídica que no les vale ni a uno ni a otros para escaquearse del cumplimiento de las leyes. Ni para que se les apliquen leyes especiales, sino las mismas que para el español corriente.

Por eso es llamativo escuchar a Llamazares -como ejemplo de enemigo abrupto del aforamiento- darse golpes de pecho en defensa de la igualdad de todos los españoles ante la ley. ¿Acaso ha renunciado Llamazares a su condición de aforado para ser igual que los demás españoles ante la ley? ¡Qué va! Él disfruta del privilegio, pequeño, que le niega al Borbón.

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