Rafael Castaño

Los silenciosos

El mundo de ayer

El ruido del mundo avanza en tus calles y en tus venas, y un día lo adviertes, y ya nunca dejas de oírlo

14 de junio 2024 - 00:15

Apliquemos una de esas divisiones absurdas y lúdicas con que torpemente dividimos a la humanidad. Hay dos tipos de personas: las ruidosas y las silenciosas. Las primeras van siempre con los cascos puestos o dejan la radio de fondo, tienen relojes analógicos enormes en casa para oír los pasos de sus agujas, hablan alto, no bajan el sonido del móvil en el tren, no te puedes fiar de ellas porque lo tienen todo tan claro que es imposible que estén siempre diciendo la verdad.

Tampoco son de fiar los silenciosos, porque no parecen decir nunca nada que piensen de verdad y habitan los espacios públicos como un aire detestable al que no hay que conceder una sola partícula de nuestro aliento. Te dicen a todo que sí, se consideran extremadamente educados y a los demás desconsiderados, y uno siempre tiene la sensación de que los está molestando de mil formas distintas.

Imagino que estoy en el segundo grupo. Alguna vez me gustaría entrar en una cámara anecoica, esas salas con paredes llenas de salientes geométricos en las que todo ruido pierde su asiento. Entras, te sientas y no oyes nada. Dicen que, tras un buen rato, empiezas a oír tu corazón, como un bordoneo regular y suave. No soporto que la gente haga ruido al comer, y de pequeño rompí sin querer –o tal vez no– un reloj con forma de barco que llevaba muchos años acompañándonos en el salón.

Hay silenciosos ruidosos, como la gente que en las salas de cine, por no molestar, abren los papelitos de los caramelos pliegue a pliegue, lentamente, como si no quisieran activar un detector de movimiento. Me sacan de quicio. El mundo y nuestro cuerpo avanzan así, despliegan también su papelito, su plan secreto, su camino sellado, y a veces no es necesario prestar atención: su silencio no deja de oírse.

Ocurre con las ciudades. Todo día tiene su crujido, su vuelta de tuerca. Ayer cierra una tienda, hoy abre un supermercado exprés. Allí cubren de andamios un edificio, aquí levantan un hotel. Ayer podías alquilar en esta calle, hoy puedes hacerlo, con suerte, en el pueblo de al lado. Cuando te quieres dar cuenta, nada de lo que pensabas hacer se puede hacer. Tus planes no valen. El ruido del mundo avanza en tus calles y en tus venas, y un día lo adviertes, y ya nunca dejas de oírlo, por más lejos que te vayas. Y si pides al aire un porqué, la única respuesta es el latido terco que te acompaña siempre, y la paz del silencio se convierte en algo demasiado parecido a la angustia.

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