Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Hay una sensación común en la modernidad, sentirnos solos entre la multitud. Esa soledad que sentimos, a veces, cuando estamos rodeados de gente. La ciudad parece aliarse en contra nuestra. Estar conectados a todas horas tampoco nos acerca más a los demás. Al contrario, vivimos en una sociedad más hiperconectada que nunca en la que nos sentimos más solos que en ninguna otra. Ese es el telón de fondo sobre el que se desarrolla el excelente libro de Andres Ortega, Soledad sin solitud (Premio Internacional de Ensayo Jovellanos) (Ediciones Nobel Madrid, 2025), que presenté esta semana junto al autor en la Fundación Unicaja en Málaga.
Andrés Ortega parte de la distinción entre soledad y solitud. La primera sería esa condición filosófica del ser humano: estamos solos antes las decisiones y los acontecimientos de la vida. La solitud es un concepto vital: es sentirse solo. Es la soledad que sentimos y de la que hablan los poetas y que nos hace sufrir, pero también la soledad deseada, esa que necesitamos: ese apartamiento de los demás para reencontrarnos con nosotros mismos.
El libro conecta con la mejor tradición del ensayo español y contiene el fulgor y la claridad de las ideas y de un puñado de tesis interesantes sobre un tema fascinante. Andrés Ortega, con una profunda sensibilidad por el cambio social y las nuevas tecnologías, combina con acierto referencias artísticas, lingüísticas, filosóficas, sociológicas y económicas en un lenguaje cercano y comprensible al lector.
En relación a la revolución tecnológica muestra una postura equilibrada lejos de los extremos: “Las conexiones digitales acercan, sin duda. No sustituyen, pero abren inmensas nuevas posibilidades…Sí, las redes sociales permiten hacer amigos. A menudo superficiales cuando no falsos. Nunca hemos estado menos solos, permanentemente conectados por vez primera en nuestra especie, lo que tendrá consecuencias que solo empiezan a manifestarse, pero que nadie puede prever, pronosticar, tan solo atisbar. Pero nunca antes ha habido tanta gente que se sintiera sola” (Pag. 85).
Vivimos, pues, una sociedad alterada en la que resulta difícil meditar, pensar, porque todo es veloz, líquido y contingente. Resulta necesario recuperar la solitud, esa soledad deseada. No se trata de apartarnos del mundo sino de realizar un aprendizaje personal, de aprender a desconectar, de recuperar las habilidades sociales y recuperar el arte de la conversación. Todo aquello que nos aparte de una soledad inhóspita, de la alienación y de la infelicidad. Un libro lúcido y muy recomendable sobre, entre otras cosas, ese estar solos entre la multitud en las sociedades contemporáneas.
También te puede interesar