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Recientemente, el profesor de Filosofía José Antonio Antón Pacheco nos hacía una reflexión: la desacralización o secularización del mundo ha ayudado a su destrucción tal como la estamos viviendo hoy en día. Nosotros añadimos que también ha empobrecido las mentes de una gran cantidad de jóvenes que han perdido todo el caudal de enseñanzas antiquísimas que se encuentran en las Sagradas Escrituras. Una de ellas es la parábola de los talentos -Mateo (25,14-30)- que, en resumen, e interpretaciones religiosas aparte, viene a decirnos que todos tenemos la obligación de usar bien, incluso multiplicar, los dones que Dios o el azar nos han concedido. Por eso a don Juan Carlos, un auténtico privilegiado de cuna, se le debe exigir mucho más que lo que marca la legalidad vigente, que es lo que pretenden algunos cortesanos.

El Rey Emérito se ha librado de la acción de la Justicia no por su manifiesta inocencia, sino por el principio constitucional de la inviolabilidad y por la amnistía fiscal de Montoro. Es decir, por la unción casi sagrada que aún mantienen los monarcas constitucionales y por una ley más que discutida y discutible. Pero también es cierto que, a cambio, ha pagado un precio muy alto: tuvo que renunciar al cetro, ha visto su nombre -que llegó a estar en los pedestales de todo el mundo- arrastrado por el suelo, se convirtió en el sparring de todos los tertulianos basura de la televisión y sigue sufriendo un exilio en el desierto muy lejos de todos aquellos lugares, personas y cosas que aprecia. El Rey viejo ha desaprovechado sus talentos, pero no ha salido indemne del derroche, como algunos nos quieren hacer creer.

Don Juan Carlos seguirá pagando durante mucho tiempo, aunque estamos convencidos de que la Historia guarda para él un veredicto mucho más amable que el de sus contemporáneos. Sin embargo, para cualquier hombre de buena voluntad, la carta que envió esta semana a su hijo -más las muchas penitencias de los últimos tiempos- deberían servir para que lo dejasen vivir tranquilo en la etapa final de su vida. Aunque sólo sea para pagarle los muchos servicios prestados a la Democracia española, que pesan en la balanza más que sus líos de faldas o sus tejemanejes económicos. ¿Por qué, entonces, Pedro Sánchez se empeña en acorralarlo y en exigirle más y humillantes explicaciones? ¿Estamos ante una nueva señal bonapartista del presidente del Gobierno? Felipe VI habrá tomado ya buena nota de que en esta cuestión no se puede fiar de su primer ministro.

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