Tomatera mental

09 de febrero 2025 - 03:09

Los huertos urbanos arraigan en Cenacheriland. Conectar con la naturaleza. Regresar al azadón. Mancharse las manos. Ejercitar la espalda. Pasar del síndrome del túnel carpiano ratonil a la huella dactilar amarilla encallecida. Gajes del trabajo manual. Una especie de rebelión frente a la revolución tecnológica que nos abruma. En “La última noche de Boris Grushenko” Woody Allen se sentía terrateniente. En una escena se sacaba de la manga un tapín de césped y presumía de muy ruso arraigo a la tierra. La pasión hortelana es recesiva y como desertores del arado de reja brota en edades jubilosas. Meta de casita con parcela de pueblo donde estirar la pata o la vida conversando con las moscas. Actividad, concentración y paciencia. Se puede echar media mañana regando las lechugas, ver como van las cebollas, los calabacines, preparar surcos, abonar y sobre todo percibir el crecimiento o ruina de la cosecha doméstica. Que si la plaga, las babosas, el pedrisco o la brasa de Sol. El valor del esfuerzo y los frutos picados de tanto cuidado para poco. La agricultura pone al hombre en su sitio frente a la esencia de la vida y sus imprevistos. Esto hace al paisano más humilde y tolerante frente a la frustración. Cultivar con las manos es una receta estoica. Una píldora contemplativa. El lento crecer vegetal que contrasta con el histérico ajetreo de malas noticias y frenéticas notificaciones en el teléfono móvil. Con los pies en el suelo, una vez embarrado, el descontento vertiginoso se ralentiza y enmudece. Encima con un poco de pericia se llena la fresquera de orgullo. No saben igual las naranjas del huerto que se han visto madurar y que casi tienen nombre propio que la malla de tropecientos euros el kilo para el zumo mañanero. Trasteando en la huerta se acuerda el personal de los productores agropecuarios que nos dan de comer. El campo maltratado. La mirada al cielo, el pedrisco regulatorio.... Tal vez esa sea la razón porque en medio de la nada se haga uno más creyente, temeroso de Dios y también de los demonios intermediarios. Los urbanitas podemos iniciar la experiencia con el apaño del huerto terracero o del balcón. Se comienza con macetas de hierbas aromáticas para los guisos: perejil, romero, hierbabuena y tomillo. Se continúa con tomateras de flores amarillas y ahí te quedas embobado paladeando la ensalada mental con mucha paz ;-)

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