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Tras la Segunda Guerra Mundial, el agricultor italiano y fabricante de tractores Ferruccio Lamborghini se compró un Ferrari. Ese automóvil le dio muchos problemas mecánicos y observó que las piezas del embrague eran casualmente las mismas que él usaba en sus tractores. Ni corto ni perezoso se fue a hablar con Enzo Ferrari para protestarle por lo ocurrido y este último le menospreció diciéndole: “un fabricante de tractores no me va a enseñar cómo hacer coches deportivos”. Tras el desagravio, Ferruccio se empeñó en desarrollar la mejor fábrica de superdeportivos y creo la marca Lamborghini. Es una historia interesante sobre el coraje y el emprendimiento, y por ello nuestro presidente del gobierno no debería hacer ciertas comparaciones maliciosas con esa prestigiosa marca automovilística, vaya a ser que sus herederos se piquen y creen una alternativa política mejorada, que de casta le viene al galgo.
Para los amantes de la tecnología, visitar la fábrica de Lamborghini es apreciar el arte del diseño industrial en su máximo esplendor. En ella cientos de jóvenes aprendices se instruyen gracias a los mecánicos de estos automóviles para, posteriormente, pasar a formar parte de las mejores escuderías del mundo. Todo allí es calidad y creatividad, mientras se aprecia como montan a mano y con sumo cuidado cada una de sus piezas. Sorprende ver como los superdeportivos viajan a través de un suelo deslizante para ir completando las diferentes fases de ensamblaje hasta que, apenas una docena de coches, son terminados cada día. Es, sin duda alguna, una de las industrias que merece la pena conocer y replicar en esta España tan envidiosa a veces con el éxito ajeno.
Pero si algo asombra sobremanera es cómo la pequeña ciudad italiana de Módena, además de ser conocida por su vinagre, ha logrado concentrar y hacer crecer las fábricas de Ferrari, Lamborghini y Maserati, convirtiéndose en el polo de producción de automóviles deportivos más importante del mundo. Y gran parte del éxito gracias a un contumaz agricultor que no cedió a los insultos del poderoso propietario del “cavallino rampante”. Por tanto, cuando uno se vanaglorie del uso del transporte público, aunque viaje en un coche blindado cuyo precio supere al doble de un Lamborghini, debe ser condescendiente con aquel desconocido constructor de tractores que supo ganarse el respeto y la admiración del mundo del automóvil.
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