Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Qué bostezo
AYER hizo cuarenta años de la muerte de Nick Drake. Ya sé que mucha gente sigue sin saber quién es Nick Drake, pero por un momento vamos a olvidarnos de la crisis y del pequeño Nicolás y de la agonía de la Transición y del muermo de la política. Concedámonos un respiro. Pensemos en una música que tenga que ver con la belleza y con la fragilidad, y sobre todo con la belleza intemporal que se puede obtener de la fragilidad. Y pensemos en un músico que no se quiso someter a modas estéticas ni a reclamos comerciales, y que no actuó en directo ni vendió apenas discos y que murió a los 26 años porque se tomó una dosis letal de antidepresivos, quizá por accidente, quizá por voluntad propia, porque eso sigue siendo otro de los misterios que rodean su vida. Pero hay muchos más, porque el rastro que Nick Drake dejó en este mundo es más bien escaso. Sólo se conservan un centenar de fotos suyas y no existe ni una sola grabación en una cámara de cine o televisión de algún momento de su vida adulta. Y por supuesto que no hay entrevistas radiofónicas ni mucho menos televisivas, ni casi testigos de sus escasísimas actuaciones en directo. Todo es tan enigmático en su vida que incluso pasó un verano en algún punto de la costa andaluza que nadie ha sabido identificar. Se lo he preguntado al ingeniero de sonido que grabó sus discos, y al músico que tocó el contrabajo con él -Danny Thompson-, y también al actual responsable de su legado musical, el gran Cally Callomon. Y ninguno tiene la menor idea. ¿Dónde estuvo Nick Drake en ese verano misterioso de 1972? ¿En la Costa del Sol? ¿En Algeciras? ¿En Tarifa? Nadie lo sabe.
Me enteré de la muerte de Nick Drake cuando vi un ejemplar del Melody Maker abierto por una página en la que venía una noticia -muy pequeña- con este titular: "Muere Nick Drake". Yo era muy joven entonces, pero tenía todos sus discos y había creado una pequeña comunidad de admiradores que nos conocíamos sus canciones de memoria y las cantábamos en las largas noches de verano, cuando alguien sacaba una guitarra y los cigarrillos liados con papel de fumar pasaban de mano en mano. La verdad es que no me sorprendió saber que Nick Drake había muerto, porque su música era tan atemporal y tan enigmática como lo fue su vida. Y era difícil que alguien así pudiera resistir mucho tiempo en un mundo que se dedicaba con pasión -igual que ahora- a celebrar a los impostores como el "pequeño Nicolás" y al muermo de la política. Créanme, vale más escuchar sus canciones.
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