En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Lo único importante, lo decisivo, es usted. Y con usted, los suyos y aquellos a quienes estime. Los compositores componen, los escritores escriben y los cineastas hacen películas para que usted, un ser humano concreto, lea, oiga y vea sus libros, composiciones o películas. La ciencia y la medicina avanzan para que usted y los suyos, seres humanos concretos, gocen de unas vidas más cómodas, seguras y sanas. Los grandes avances éticos, políticos y sociales se producen para que usted y los suyos, seres humanos concretos, gocen de mayores derechos, seguridad y libertad. Los políticos gobiernan para servir con ética, integridad e inteligencia (no se rían) los intereses públicos mejorando las condiciones de vida de usted y los suyos, seres humanos concretos.
Usted es aquello a lo que todo debe ordenarse. ¿Egoísmo, insolidaridad? Lo contrario, si se entiende que usted abarca a todos y cada uno de nosotros. El amor es concreto, no abstracto. Quien dice amar a la humanidad suele ignorar o pisotear a los seres humanos concretos. Los peores crímenes contra la humanidad se han cometido en nombre del bien de la Humanidad.
Es conocida la paradoja de Dostoievski en Los hermanos Karamazov: “Cuanto más amo a la Humanidad en general, menos amo a los hombres en particular, como individuos. Apenas me pongo en contacto con los hombres, me siento enemigo de ellos... Sin embargo, cuanto más detesto al individuo, más ardiente es mi amor por el conjunto de la humanidad”. Dickens llamó “filantropía telescópica” a la que solo puede amar lo lejano, caricaturizándola en la señora Jellyby de Casa desolada: “Una dama de notable fuerza de carácter que se ha consagrado a una gran variedad de temas públicos y actualmente (hasta que se sienta atraída por otra cosa) está consagrada al tema de África, con miras al cultivo general de la baya del café –y de los indígenas– y la feliz colonización en las riberas de los ríos africanos de nuestra superabundante población nacional”. Mientras unce sus desdichados y maltratados hijos al yugo de su extravagante filantropía telescópica.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, mandó el Señor. Ámese a sí mismo y podrá amar a los suyos. Ame a los suyos y podrá amar a los próximos. Ame a los próximos y podrá amar a los prójimos y a la humanidad.
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