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Dice el poeta Antonio Machado que "sólo el necio confunde valor y precio". Traigo la sabia sentencia a colación porque esta semana hemos conocido los datos que ha publicado el Museo del Prado referentes a la importancia de la pinacoteca. Según estudios realizados por la firma de servicios profesionales EY, durante el año 2018 el impacto económico de la presencia del Prado ascendió a 745 millones de euros, lo cual supone multiplicar por más de dieciséis la cuantía del propio presupuesto de la entidad, que se reduce a 45 millones.
Estos números pueden llegar a resultar tan impactantes como la Magdalena de José de Ribera, el Saturno de Goya o La Anunciación de Fra Angélico. Pero ahí quedan, como contestación a todos aquellos que ponen en duda, no el valor, sino el precio de la cultura. La cultura es rentable. Muy rentable. Rentabilísima. Quizá es el gran filón, el argumento definitivo que se está buscando cada vez que indagamos en busca de un motor que aliente nuestro modelo económico, tan sediento de motivaciones que sustituyan al ladrillo. El conocimiento, la cultura, el arte… El buen ejemplo del Museo del Prado ofrece pistas acerca de cuál es el camino que deberíamos tomar. Es un aviso a gobernantes y a gobernados. A los primeros, para que no tengan miedo a la hora de lanzarse al apoyo definitivo de lo cultural, y no como pose electoralista, sino desde la convicción más profunda. Y a los segundos, para que nos sintamos orgullosos de ese patrimonio envidiable, hondo, rico y fecundo.
En un mundo cuerdo, el Museo del Prado aspiraría a capital del planeta. Perderse en sus salas produce un placer incomparable. Llegar a hurtadillas al Tesoro del Delfín puede hacerte sentir en la piel de una exploradora que alcanza la visión de unas alhajas legendarias. Colocarse a los pies del Cristo de Velázquez redime de todas las vidas pasadas, por tortuosas que hayan resultado. Son casi ocho mil pinturas, además de un catálogo completo en esculturas y demás objetos valiosos.
En 2019, más de tres millones doscientas mil personas pasearon por las salas del Prado, empapándose de cultura. Los más destacados pintores han plasmado un pasado y un imaginario colectivo de infinita belleza. Y además, parece que han dibujado el sendero hacia un futuro próspero y culto, valga la redundancia. Con un alto valor y con un alto precio, ambas cosas a la vez, para regocijo de don Antonio Machado.
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